viernes, febrero 23, 2007

JOYCE, LUCÍA Y JUNG

Joyce mantuvo otra relación con el psicoanálisis, o mejor dicho con un psicoanalista, y en esa relación personal, en una anécdota, se sintetiza un elemento clave de la tensión entre psicoanálisis y literatura. Joyce estaba muy atento a la voz de las mujeres. Él escuchaba a las mujeres que tenía cerca: escuchaba a Nora, que era su mujer, una mujer extraordinaria; escuchándola, escribió muchas de las mejores páginas del Ulises, y los monólogos de Molly Bloom tienen mucho que ver con las cartas que le había escrito Nora en distintos momentos de su vida (...) Joyce estaba muy atento a la voz femenina, a la voz secreta de las mujeres a las que amaba. Sabía oir. Él, que escribió "Ulises", no temía oir ahí, junto a él, el canto siniestro y seductor de las sirenas. Mientras estaba escribiendo el Finnegans Wake era su hija, Lucía Joyce, a quien él escuchaba con mucho interés. Lucía terminó psicótica, murió internada en una clínica suiza en 1962. Joyce nunca quiso admitir que su hija estaba enferma y trataba de impulsarla a salir, a buscar en el arte un punto de fuga. Una de las cosas que hacía Lucía era escribir. Joyce la impulsaba a escribir, leía sus textos, y Lucía escribía, pero a la vez se colocaba cada vez en situaciones difíciles, hasta que por fin le recomendaron a Joyce que fuera a consultar a Jung. Estaban viviendo en Suiza y Jung, que había escrito un texto sobre el Ulises y que por lo tanto sabía muy bien quién era Joyce, tenía ahí su clínica. Joyce fue entonces a verlo para plantearle el dilema de su hija, y le dijo a Jung: "Acá le traigo los textos que ella escribe, y lo que ella escribe es lo mismo que escribo yo", porque él estaba escribiendo el Finnegans Wake, que es un texto totalmente psicótico (...) es totalmente fragmentado, onírico, cruzado por la imposibilidad de construir con el lenguaje otra cosa que no sea la dispersión. Entonces Joyce le dijo a Jung que su hija escribía lo mismo que él, y Jung le contestó: "Pero allí donde usted nada, ella se ahoga".

RICARDO PIGLIA, Formas breves. Ed. Temas en el margen, 1999.

martes, febrero 13, 2007

MIER...DA Y CONCIENCIA ECOLÓGICA

Como hijos de la cultura anal, todos nosotros tenemos una relación más o menos perturbada hacia la propia mierda. La separación de nuestra conciencia de la propia mierda es el más profundo adiestramiento que nos dice lo que tiene que suceder oculta y privadamente. La relación que se inculca a los hombres hacia sus propios excrementos suministra el modelo de relación que existe para con todas las basuras de la vida. Hasta ahora se las ha ignorado regularmente. Sólo bajo el signo del moderno pensar ecologista nos estamos viendo obligados a recoger nuestras basuras en la conciencia. La alta teoría descubre la categoría mierda; un nuevo estado de la filosofía natural se abre con ello, una crítica del hombre como un hiperproductivo animal industrial acumulador de mierda. Diógenes es el único filósofo occidental del que sabemos que ejecutaba consciente y públicamente sus ocupaciones animales y hay base para interpretar esto como parte de una teoría pantomímica. Ésta hace alusión a una conciencia natural que valora positivamente las vertientes animales de lo humano y no permite separación alguna de lo bajo o vergonzoso. Quien no quiera admitir que es un productor de basura y que no tiene ninguna otra posibilidad para ser de otra manera se arriesga a perecer asfixiado un día en la propia mierda. Todo está a favor de que admitamos a Diógenes en la galería de precursores de la conciencia ecológica. La hazaña histórico-espiritual de la ecología, que irradiará incluso hasta en la filosofía, la ética y la política, consiste en haber convertido el fenómeno de la basura en un tema "superior". A partir de ahora, ya no constituye un molesto efecto secundario; más bien se reconoce como principio fundamental (...) Se tiene que ir al encuentro de la mierda de una manera distinta. Ahora se debe excogitar de nuevo la utilidad de lo inutilizable, la productividad de lo improductivo o, dicho filosóficamente, hay que descubrir la positividad de lo negativo y reconocer también nuestra competencia para lo imprevisto. El filósofo quínico es alguien que no se asquea. En eso está emparentado con los niños que todavía no saben nada de la negatividad de sus excrementos.

PETER SLOTERDIJK, Crítica de la razón cínica. Ed. Taurus, 1989.

viernes, febrero 09, 2007

LA CONFIANZA Y EL FUTURO

En los mundos familiares, el pasado prevalece sobre el presente y el futuro. El pasado no tiene otras posibilidades; éste es siempre complejidad reducida. Por lo tanto una orientación a lo pasado puede simplificar el mundo y volverlo inocente. Se puede suponer que lo familiar permanecerá, que lo confiable resistirá la prueba una vez más y que el mundo familiar continuará en el futuro. Y esto es de manera general una hipótesis verosímil, ya que todos los hombres dependen de ella y nadie se encuentra a sí mismo teniendo de repente que hacer todo de diferente manera. La humanidad no puede confiar su propia experiencia vivida, al pasado. Los elementos esenciales de la experiencia deben representarse en la historia, ya que la historia es la forma más importante de reducir la complejidad. Por este medio, la dimensión temporal con respecto a lo que es pasado, resuelve un problema que pertenece estrictamente hablando a la dimensión social: la exclusión de la acción inesperada. La naturaleza socialmente contingente del mundo es con ella oscurecida, de modo que en el mundo familiar la construcción social inevitable del sentido permanece anónima. Comparado con esto, la confianza se orienta al futuro. Por supuesto que la confianza solamente es posible en un mundo familiar; necesita a la historia como trasfondo confiable. No se puede dar confianza sin esta base esencial y sin todas las experiencias previas. Pero aparte de ser sólo una inferencia del pasado, la confianza va más allá de la información que recibe del pasado y se arriesga definiendo el futuro. La complejidad del mundo futuro se reduce por medio del acto de confianza. Al confiar, uno se compromete con la acción como si hubiera sólo ciertas posibilidades en el futuro. El actor une su futuro en el presente con su presente en el futuro. De esta manera ofrece a otras personas un futuro determinado, un futuro común, que no emerge directamente del pasado que ellas tienen en común, sino que contiene algo relativamente nuevo.

NIKLAS LUHMANN, Confianza. Ed. Anthropos, 1996.

miércoles, febrero 07, 2007

JOYCE Y EL PSICOANÁLISIS

Quien constituyó la relación con el psicoanálisis como clave de su obra es quizás el mayor escritor del siglo XX: James Joyce. Él fue quien mejor utilizó el psicoanálisis, porque vio en el psicoanálisis un modo de narrar; supo percibir en el psicoanálisis la posibilidad de una construcción formal, leyó en Freud una técnica narrativa y un uso del lenguaje. Es seguro que Joyce conocía Psicopatología de la vida cotidiana y La interpretación de los sueños: su presencia es muy visible en la escritura del Ulises y del Finnegans Wake. No en los temas: no se trataba para Joyce de refinar la caracterización psicológica de los personajes, como se suele creer, trivialmente, que sería el modo en que el psicoanálisis ayudaría a los novelistas, ofreciéndoles mejores instrumentos para la caracterización psicológica. No: Joyce percibió que había ahí modos de narrar y que, en la construcción de una narración, el sistema de relaciones que definen la trama no debe obedecer a una lógica lineal y que datos y escenas lejanas resuenan en la superficie del relato y se enlazan secretamente. El llamado monólogo interior es la voz más visible de un modo de narrar que recorre todo el libro: asociaciones inesperadas, juegos de palabras, condensaciones incomprensibles, evocaciones oníricas. Así Joyce utilizó el psicoanálisis como nadie y produjo en la literatura, en el modo de construir una historia, una revolución de la que es imposible volver (...) Cuando le preguntaban por su relación con Freud, Joyce contestaba así: "Joyce en alemán, es Freud". Joyce y Freud quieren decir "alegría"; en este sentido los dos quieren decir lo mismo, y la respuesta de Joyce era una prueba de la conciencia que él tenía de su relación ambivalente pero de respeto e interés respecto de Freud (...) lo que Joyce decía era: yo estoy haciendo lo mismo que Freud. En el sentido más libre, más autónomo, más productivo.

RICARDO PIGLIA, Formas breves. Ed. Temas, 1999.

sábado, febrero 03, 2007

MONTAIGNE (1533-1592)

En la biblioteca circular de Montaigne había varios libros sobre la vida de las tribus indígenas de América, entre los que figuraban la Historia general de las Indias de Francisco López de Gómara, la Storia de mondo novo de Girolamo Benzoni y Voyage au Brésil de Jean de Léry. Leyó que, en Suramérica, a la gente le gustaba comer arañas, saltamontes, hormigas,lagartos y murciélagos, que "cuecen y preparan en salsas distintas". Había tribus americanas en las cuales las vírgenes exhibían abiertamente sus partes pudendas, las novias participaban en orgías en el día de su boda, los hombres podían contraer matrimonio entre ellos y los muertos se hervían y se machacaban en una especie de gachas, que se mezclaban con vino y servían de bebida a sus parientes en alegres fiestas. Había países en los que las mujeres hacían pis de pie y los hombres en cuclillas, en los que los hombres dejaban crecer el vello en la parte delantera de su cuerpo pero se afeitaban la parte de atrás. Había regiones en las que se circuncidaba a los varones, mientras que en otras "hallaron otros a los que tan mal les parecía el descubrirlo (el extremo del pene) que llevaban la piel muy cuidadosamente estirada y atada por encima con unos cordoncillos, por miedo a que ese extremo viese la luz". En algunas naciones se saludan dándose la espalda; en otras, cuando el rey escupe, el favorito de la corte tiende la mano, y cuando hace de vientre, "los más importantes que están alrededor agáchanse al suelo para recoger en un paño sus heces". Cada país parecía poseer una concepción diferente de la belleza (...) De Jean de Léry, Montaigne aprendió que los indios tupí de Brasil deambulaban en edénica desnudez sin dar muestras de vergüenza. De hecho, cuando los europeos quisieron ofrecer ropas a las mujeres tupí, éstas las rechazaron entre risitas, sorprendidas de que alguien estuviera dispuesto a cargar con algo tan incómodo (...) Los hombres se rapaban la cabeza, y las mujeres se dejaban el pelo largo y se lo sujetaban con lindas trenzas rojas. A los indios tupí les encantaba lavarse; cada vez que veían un río se zambullían en él y se restregaban unos a otros. Lo mismo llegaban a lavarse doce veces al día.
Vivían en largas estructuras con forma de graneros, que albergaban a doscientas personas. Sus camas eran de algodón y estaban colgadas entre pilares a modo de hamacas. Cuando iban de caza, los tupí se llevaban su cama y por la tarde se echaban la siesta suspendidos entre los árboles. Cada seis meses el pueblo cambiaba su emplazamiento, porque sus habitantes creían que un cambio de escenario les haría mejores. Los tupí llevaban una existencia tan ordenada que frecuentemente llegaban a vivir cien años y en la vejez jamás su pelo se volvía blanco o gris. Eran también hospitalarios en extremo (...) Enseguida ofrecían a los visitantes la bebida favorita de los tupí, hecha con la raíz de una planta y del color del clarete, que sabía ácida pero sentaba bien al estómago.
A los varones tupí les estaba permitido tener más de una esposa y, según se creía, era notoria su dedicación a todas ellas (...) Y, al parecer, las mujeres aceptaban de buen grado semejante disposición sin dar muestras de celos. Las relaciones sexuales eran relajadas y la única prohibición era la de no dormir nunca con parientes cercanos (...) Sin lugar a dudas, todo ello era peculiar. Sin embargo, en ningún caso le parecía a Montaigne que fuese anormal.

ALAIN de BOTTON, Las consolaciones de la filosofía. Ed. Taurus, 2001.