lunes, marzo 19, 2007

EL CAPITALISMO COMO RELIGIÓN

El capitalismo como religión es el título de uno de los más penetrantes fragmentos póstumos de Walter Benjamin. Según Benjamin, el capitalismo no representa sólo, comferencia al cuo en Weber, una secularización de la fe protestante, sino que es él mismo esencialmente un fenómeno religioso, que se desarrolla en modo parasitario a partir del cristianismo. Como tal, como religión de la modernidad, está definido por tres características: 1) Es una religión cultual, quizás la más extrema y absoluta que haya jamás existido. Todo en ella tiene significado sólo en cumplimiento de un culto, no respecto de un dogma o de una idea. 2) Este culto es permanente, es la celebración de un culto "sin tregua y sin respiro". Los días de fiesta y de vacaciones no interrumpen el culto, sino que lo integran. 3) El culto capitalista no está dirigido a la redención ni a la expiación de una culpa, sino a la culpa misma. "El capitalismo es quizás el único caso de un culto no expiatorio, sino culpabilizante... Una monstruosa conciencia culpable que no conoce redención se transforma en culto, no para expiar en él su culpa, sino para volverla universal... y para capturar finalmente al propio Dios en la culpa... Dios no ha muerto, sino que ha sido incorporado en el destino del hombre." Precisamente porque tiende con todas sus fuerzas no a la redención, sino a la culpa; no a la esperanza, sino a la desesperación, el capitalismo como religión no mira a la transformación del mundo, sino a su destrucción (...) el capitalismo, llevando al extremo una tendencia ya presente en el cristianismo, generaliza y absolutiza en cada ámbito la estructura de la separación que define la religión. Allí donde el sacrificio señalaba el paso de lo profano a lo sagrado y de lo sagrado a lo profano, ahora hay un único, multiforme, incesante proceso de separación, que inviste cada cosa, cada lugar, cada actividad humana para dividirla de sí misma y que es completamente indiferente a la cesura sacro/profano, divino/humano. En su forma extrema, la religión capitalista realiza la pura forma de la separación, sin que haya nada que separar. Una profanación absoluta y sin residuos coincide ahora con una consagración igualmente vacua e integral. Y como en la mercancía la separación es inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de cambio y se transforma en un fetiche inaprensible, así ahora todo lo que es actuado, producido y vivido -incluso el cuerpo humano, incluso la sexualidad, incluso el lenguaje- son divididos de sí mismos y desplazados en una esfera separada que ya no define alguna división sustancial y en la cual cada uso se vuelve duraderamente imposible. Esta esfera es el consumo. Si, como se ha sugerido, llamamos espectáculo a la fase extrema del capitalismo que estamos viviendo, en la cual cada cosa es exhibida en su separación de sí misma, entonces espectáculo y consumo son las dos caras de una única imposibilidad de usar. Lo que no puede ser usado es, como tal, consignado al consumo o a la exhibición espectacular. Pero eso significa que profanar se ha vuelto imposible (...) Si profanar significa devolver al uso común lo que fue separado en la esfera de lo sagrado, la religión capitalista en su fase extrema apunta a la creación de un absolutamente Improfanable.

GIORGIO AGAMBEN, Profanaciones. Adriana Hidalgo Editora, 2005.

viernes, marzo 16, 2007

GOOGLE

Google es la araña en la Tela. Asegura una metafunción: la de saber donde está el saber. Dios no responde; Google, siempre, inmediatamente. Le dirigimos una señal sin sintaxis, con una parsimonia extrema; un clic, y ...bingo! viene la catarata: el blanco ostentoso de la página se ennegrece súbitamente, el vacío se invierte en profusión, lo conciso en logorrea. Siempre que tiramos ganamos. Organizando la Enorme Cantidad, Google obedece a un tropismo totalitario, glotón y digestivo. De allí el proyecto de escanear a todos los libros; de allí los raids sobre todos los archivos: cine, televisión, prensa; más allá, el blanco lógico de la googleización, es el universo entero: Confíale tu desorden documentario y él pondrá cada cosa en su lugar - y a tí mismo además, que no será ya, y para la eternidad, más que la suma de tus clics. Google, "Big Brother?" Cómo no pensarlo? De allí la necesidad para él de plantear como axioma su bondad profunda. Es malo? Lo que es seguro, es que es necio. Si las respuestas abundan en la pantalla, es porque comprende de través. La señal inicial está hecha de palabras, y una palabra no tiene un solo sentido. Por lo tanto el sentido escapa a Google, que cifra, pero no descifra. Es la palabra en su materialidad estúpida lo que memoriza. Por lo tanto, siempre te toca a tí encontrar en el cúmulo de los resultados la aguja de aquello que produce sentido para tí. Google sería inteligente si pudiéramos computar las significaciones. Pero no podemos. Tal como un Sanson rapado, como un ciego, que Google girará su rueda hasta el fin de los tiempos.

Jacques-Alain Miller, Google. Nouvel Observateur nº 317. Traducción: Silvia Baudini

lunes, marzo 12, 2007

LÓGICA POLIVALENTE Y COMPLEJIDAD

H.H: Prigogine, en relación con la teoría de Bergson de la "evolución creadora" y la teoría de Whitehead acerca del "universo creativo", ha planteado la siguiente pregunta: ¿de qué forma pertenece el hombre al mundo? ¿No es ésta la cuestión filosófica por antonomasia?

P.S: Bien, en Esferas I he postulado una crítica de la razón participativa. Puedo imaginarme que en la observación de Prigogine se esconde un impulso de este tipo. En el fondo de lo que se trata aquí es de reflexiones acerca del problema de cómo podría pensarse una gramática de situaciones comunes. Puesto que carecemos de modelos ya preparados y a nuestra disposición para solucionar este envite, preferimos hacer referencia a una analogía relativamente próxima, la de las religiones históricas. Los procesos de renacimiento transcurren por regla general de esta forma: nos remontamos a las viejas tradiciones, y uno se comporta como si encontrara la solución en la repetición de un modelo anterior: más allá de la cultura científica moderna se da un paso atrás a lo religioso. He de confesar que no creo que este gesto de "vuelta a" sea adecuado, no porque lo considere imposible o no simpatice con él, al contrario. Pero tengo otras ideas acerca de cómo ha de comprenderse la lógica de la regeneración o la integración. Para esto es necesario distinguir entre la participación en la dimensión elemental y la necesidad de simplificación. En esta última lo importante es la reducción de la complejidad; esto es, aquí tiene lugar un tipo de defensa propia de la inteligencia que, a través de simplificaciones efectivas, restablece su capacidad de actuación a la vista de la impenetrabilidad de la situación, también al precio de una terrible simplificación que es de temer con toda razón. En las reducciones de la complejidad sólo cabe elegir entre lo terrible y lo no tan terrible del todo. Parece que sucede algo completamente distinto cuando tiene lugar una participación en situaciones. Lo que aquí está en liza no es sino una participación en la complejidad como tal. Esta participación siempre está ya realizada para nosotros, es un dato originario, habida cuenta de que estamos "en el mundo" o en situaciones comunes. De esta manera partimos de la situación de nuestro estar implícito en la complejidad. Cuando se participa en el marco del elemento, uno está en el mundo como pez en el agua; sin embargo, aún cuando los términos "pez" y "agua" hacen referencia a enormes complejidades, el efecto de la participación no resulta a su vez problemático en absoluto. La participación en lo complejo es lo más sencillo, es la relación fundamental, y de ella hay que afirmar que no se puede realizar fuera del modo del estar-en-el-medio (...) Decisiva resulta aquí la referencia a la situación de estar-en-el-medio, el estar comprendido dentro de situaciones. Que uno está dentro y forma parte de ello: he aquí el apriori de la teoría del caos. Al fin y al cabo, no podemos vivir en ninguna otra parte que no sea el caos, en un caos compensado, eso sí, con ordenaciones. El estar-en-el-caos es lo más sencillo. Aquí la simplicidad equivale a un estar implícito. Es el punto de partida de todas las explicaciones o construcciones de complejidad teórica que han de "corresponder" a la complejidad del mundo (...) Los hombres, así pues, no pueden hacer otra cosa, que centrarse una y otra vez en ese su ser-estar-en-medio-de-algo, presuponiendo que ellos no están completamente al margen y que no sólo van dando tumbos hacia lo próximo a partir de un estado hipnótico. Esto es lo que quiero decir cuando utilizo la expresión "regeneración". Respeto, como es natural, que otros planteamientos vuelvan a apelar a un código religioso cuando hablan de regeneración, pero esto se debe y se puede expresar también de un modo distinto. La razón fundamental por la que yo desaconsejaría hablar de dioses y de su reintegración en el mundo moderno radica en que toda "vuelta a", a la luz de las experiencias realizadas con estos discursos, tiene muchas más consecuencias de lo que parece entre sus interlocutores y oyentes. En realidad, no son los dioses los que nos faltan, ellos no son más que grandes simplificadores; lo que falta es un arte del pensar que sirva para orientarnos en un mundo dotado de complejidad. Lo que falta es una lógica que fuera suficientemente poderosa y dúctil para empezar a acojer la complejidad, la ausencia de definición última y la inmersión. Quien busca esto ha de cambiar su lista de lecturas. En los últimos años he vuelto a estudiar por segunda vez la obra filosófica de Gotthard Günther. Desde entonces, tengo la impresión de que lo que importa para las culturas en general y para las subculturas científicas en particular es impulsar una revolución en el ámbito de la lógica polivalente, la que Gotthard Günther ya ha bosquejado. A mi modo de ver, con esto Günther ha perfilado los contornos de la nueva lógica de la edad posmetafísica, mostrando cómo puede uno escapar a los bastardos ideológicos que durante el siglo XIX han ocupado el lugar de la metafísica, esos sistemas de opinión pseudocientíficos y siniestros que han apoyado la fusión entre una seriedad brutal y una violencia revestida de humanismo como nunca antes en la historia de las ideas. Estas ideologías asesinas del siglo XX no son otra cosa, desde la perspectiva de Günther, que los juegos crepusculares de una convulsiva bivalencia, rechazos militantes de un pensamiento de la complejidad que ya se anuncia bajo formas muy distintas. No cabe duda de que hoy esto es absolutamente necesario, aun cuando hasta la fecha sólo existan desde el punto de vista operativo algunas propuestas más o menos sugerentes procedentes del campo de la cibernética, la teoría de sistemas o la bioinformática. Del lado de la filosofía, si no estoy desacertado, aparte de Deleuze, autor al que se tendrá que oír todavía mucho en el futuro, sólo Günther parece haber realmente derrumbado este muro de sonido. De él podemos aprender quizá cómo podría funcionar un pensamiento en el marco del tertium datur. Hasta ese momento, tendremos que equilibrar la bivalencia con una "razón irónica", para decirlo con Luhmann. Yo preferiría hablar a este respecto de inteligencia informal, toda vez que bajo este epígrafe se incluyen las filosofías poéticas y el pensamiento ligado a las obras artísticas.

PETER SLOTERDIJK-HANS HEINRICHS, El sol y la muerte. Ed. Siruela, 2004.
Foto: Gotthard Günther (1900-1984)