domingo, junio 03, 2007

KANT: CIENCIA Y ÉTICA

La ética kantiana surge en el momento en que se abre el efecto desorientador de la física, llegada a su punto de independencia en relación a das Ding (la Cosa), al das Ding humano, bajo la forma de la física newtoniana. La física newtoniana fuerza a Kant a una revisión radical de la función de la razón en tanto que pura y en tanto que expresamente dependiente de este cuestionamiento de origen científico se nos propone una moral cuyas aristas, en su rigor, no habían podido incluso hasta entonces ser nunca entrevistas -esa moral que se desprende expresamente de toda referencia a un objeto cualquiera de la afección, de toda referencia a lo que Kant llama pathologisches Objekt, un objeto patológico, lo cual quiere decir solamente un objeto de una pasión cualquiera. Ningún Wohl (bien), ya sea el nuestro o el de nuestro prójimo, debe entrar como tal en la finalidad de la acción moral. La única definición de la acción moral posible es aquella cuya fórmula bien conocida da Kant -Haz de modo tal que la máxima de tu acción pueda ser considerada como una máxima universal. La acción sólo es moral entonces en la medida en que es comandada por el único motivo que articula la máxima (...) Esta fórmula que es la fórmula central de la ética de Kant, es llevada por él hasta sus consecuencias más extremas. Este radicalismo llega hasta la paradoja de que, a fin de cuentas, la buena voluntad, se plantea como exclusiva de toda acción benéfica (...) hay que haber atravesado la prueba de leer este texto, para medir el carácter extremista y casi insensato, del punto en el que nos arrincona algo que tiene de todos modos su presencia en la historia- la existencia, la insistencia de la ciencia. Si, evidentemente, nadie pudo nunca -Kant no dudaba de ello siquiera un instante- poner en práctica de ningún modo un tal axioma moral, no es empero indiferente percatarse del punto al que llegaron las cosas. A decir verdad, hemos arrojado un gran puente más en relación con la realidad. Desde hace algún tiempo, la estética trascendental misma -hablo de lo que en la Crítica de la razón pura es designado de este modo- puede ser cuestionada, al menos en el plano de ese juego de escritura donde despunta actualmente la teoría física. En el punto de nuestra ciencia al que hemos llegado, por ende, una renovación, una actualización del imperativo kantiano podría expresarse así, empleando el lenguaje de la electrónica y de la automatización: Actúa de tal suerte que tu acción siempre pueda ser programada. Lo que nos hace dar un paso más en el sentido de un desprendimiento todavía más acentuado de lo que se llama un Soberano Bien (...) Kant nos invita, cuando consideramos la máxima que regla nuestra acción, a considerarla un instante como la ley de una naturaleza en la que estaríamos destinados a vivir. Este es, le parece, el aparato que nos hará rechazar con horror tal o cual máxima a la que nuestras inclinaciones nos arrastrarían gustosamente (...) Se trata pues de la referencia mental a una naturaleza en la medida que está ordenada por las leyes de un objeto construido en ocasión de la pregunta que nos hacemos acerca del tema de nuestra regla de conducta (...) Quiero hacerles observar lo siguiente -si la Crítica de la razón práctica apareció en 1788, hay otra obra que apareció seis años después, en 1795, y que se llama La filosofía en el tocador (...) obra del marqués de Sade, célebre por más de una razón. Su celebridad de escándalo no dejó de acompañarse al inicio de grandes infortunios y, puede decirse, del abuso de poder cometido con su persona, pues permaneció cautivo unos 25 años, lo cual es mucho para alguien que no cometió, que sepamos, ningún crimen esencial (...) la obra del marqués de Sade no es de las más regocijantes (...) Pero no puede pretenderse que carezca de coherencia y, en suma, ella propone para justificar las posiciones de lo que puede llamarse una suerte de antimoral, exactamente los criterios kantianos (...) Si se elimina todo elemento de sentimiento de la moral, si se lo retira, si se lo invalida, por más guía que sea en nuestro sentimiento, en su extremo el mundo sadista es concebible -aún cuando sea su envés y su caricatura- como una de las realizaciones posibles de un mundo gobernado por una ética radical, por la ética kantiana tal como ésta se inscribe en 1788.

JACQUES LACAN, La ética del psicoanálisis. Ed. Paidós, 1990.