jueves, mayo 04, 2006

RAFAEL

Nacido en Urbino en 1483, desde muy temprana edad Rafael dio muestras de tal interés por el dibujo que su padre llevó al muchacho a Perugia a trabajar como aprendiz del renombrado Pietro Perugino. No tardó en empezar a ejecutar sus propias obras y antes de los veinte había pintado varios retratos de miembros de la corte de Urbino, así como retablos para iglesias en Cittá di Castello, a un día de viaje de Urbino a través de las montañas camino de Perugia.
Pero, por entonces, Rafael, uno de los pintores predilectos de Nietzsche, sabía que no era un gran artista, pues había visto las obras de dos hombres, Miguel Ángel Buonarroti y Leonardo da Vinci. Gracias a ellos había descubierto su incapacidad para pintar figuras en movimiento y, pese a su aptitud para la geometría pictórica, su falta de dominio de la perspectiva lineal. La envidia podía haber alcanzado cotas exorbitantes. En lugar de ello, Rafael la convirtió en abono.
En 1504, a los 21 años, cambió Urbino por Florencia con el fin de estudiar la obra de sus dos maestros. Examinó sus cartones en la Sala del Gran Consejo del Palacio Viejo, donde Leonardo había trabajado en la Batalla de Anghiari y Miguel Ángel en la Batalla de Cascina. Se empapó de las enseñanzas de los estudios anatómicos de Leonardo y Miguel Ángel y siguió su ejemplo de diseccionar y dibujar cadáveres. Aprendió de la Adoración de los Magos y de los cartones de la Virgen y el Niño de Leonardo, y examinó minuciosamente un insólito retrato encargado a Leonardo por un noble, Francesco del Giocondo, deseoso de ver retratada a su mujer, una joven belleza de sonrisa más bien enigmática.
Los resultados cosechados por los esfuerzos de Rafael pronto se hicieron patentes (...) Mona dio a Rafael la idea de un medio cuerpo sentado en el que los brazos proporcionaban la base de una composición piramidal. Le enseñó a emplear ejes contrastantes para cabeza, hombros y manos con el fin de dar volumen a una figura. Mientras que la mujer dibujada en Urbino se antojaba torpemente constreñida en su vestido, con los brazos separados de manera poco natural, la mujer de Florencia se movía con comodidad.
Rafael no conquistó sus talentos espontáneamente; llegó a ser grande respondiendo de forma inteligente a un sentimiento de inferioridad que habría conducido a la desesperación a hombres de menos categoría. Su trayectoria aleccionó a Nietzsche sobre los beneficios del sufrimiento sabiamente interpretado.

ALAIN de BOTTON, Las consolaciones de la filosofía. Ed. Taurus, 2001.