Siguiendo las referencias del psicoanalista Otto Rank, descubrimos en el núcleo de las subjetividades heroicas el drama de una enfermedad muy temprana que lo penetra todo. Lo que vuelve hacia sí a los héroes, carismáticos y profetas, es el recuerdo sufrido en silencio y, posteriormente, efectivo, de una total hipóstasis ("subsistencia incomunicable"). Antes de reflexión alguna, la vida se da en ellos como dolor total indistanciable. Al héroe no le duele en especial ninguna parte de su ser, sino todo. Ahí no hay situación que no sea desesperada. El motor de la formación del Yo heroico es la total autoexaltación desde el total hundimiento en el océano del desamparo. El héroe es el hombre que viene del mar de la desesperación y echa pie a tierra. Con él empieza la aventura de la civilización como colonización de la tierra firme del Yo, el morar y entronizar en el nuevo continente: propio arbitrio, poder, querer, saber. Por eso, los héroes son los pioneros psicológicos de la cultura; talan la jungla de la impotencia y la confusión. En retaguardia de los primeros héroes, fueron posibles hombres que, por vez primera, tenían la certeza de poder aprender, de manera rutinaria, lo que en su época es propio de las posibilidades humanas. Desde ese punto de vista, los héroes no son simplemente sujetos de fuerza con nombres sonoros; su Yo no es sólo un anexo de su energía. Mucho más que eso, los héroes con toda su fuerza no son otra cosa que héroes del ser-Yo, paladines de la autoexaltación del saber y de la conquista del propio nombre. Por eso es siempre protagonista la heroicidad mítica: porque su razón de ser es la primera lucha contra una primera derrota. Y sigue siendo, aun sofocada, mi lucha, tuya, suya, nuestra y vuestra. Es tan universal porque la experiencia de la desesperación en la hipóstasis impuesta afecta incomparablemente más que los casos de abandono, mortíferos y patentes, de lactantes a la intemperie hostil.
PETER SLOTERDIJK, Extañamiento del mundo. Ed. Pre-Textos, 1998.