El caos es útil. Nos ayuda a comprender complicados fenómenos, tales como epidemias o irregularidades del ritmo cardíaco. Más aún: podemos valernos del caos para alcanzar nuestros propósitos. Veamos ejemplos (...) En muchos procesos industriales es necesario mezclar distintos ingredientes de forma perfectamente uniforme. Sin embargo, no conviene que la maquinaria tenga que ser increíblemente complicada y "aleatoria": se desea algo bonito y simple que los ingenieros puedan manejar en perfectas condiciones con facilidad. En otras palabras, queremos un sencillo sistema predeterminado que dé lugar a un comportamiento aleatorio. Las máquinas mezcladoras son, en la práctica y por definición, generadores de caos. Pensemos, por ejemplo, en una batidora. Un engranaje de dos paletas gira a velocidad constante y, como consecuencia, el huevo se reparte por todas partes. Un proceso predeterminado produce un resultado caótico. El caos ha motivado una nueva profundización en el estudio matemático de las mezclas. En concreto, resulta que muchos aparatos sencillos de mezclado tienden a dejar "áreas muertas" que no están bien mezcladas. La razón de esto es que los materiales que se mezclan son (más o menos) incomprimibles y su dinámica es bastante especial: se trata de un ejemplo de lo que se denomina sistema hamiltoniano. La dinámica del sistema solar es hamiltoniana (...) El caos hamiltoniano tiene un estilo muy especial. El flujo uniformemente caótico es difícil de conseguir en los sistemas hamiltonianos: una de sus características fundamentales es la tendencia a que aparezcan "islas de estabilidad", aunque éstas estén rodeadas de un mar de caos. Estas islas constituyen las "áreas muertas" de una mezcla deficiente.
IAN STEWART, De aquí al infinito. Ed. Crítica, 1998.