La opinión pública del ágora ateniense fue electrizada por la ofensiva quínica. Aunque Diógenes no aceptó realmente ningún discípulo, su impulso doctrinal, si bien de una manera subliminal, se convirtió en uno de los más fuertes de la historia del espíritu. Cuando Diógenes orina y se masturba en la plaza del mercado, hace ambas cosas en una situación modelo, dado que lo hace públicamente. Publicar algo significa la unidad fáctica de mostrar y generalizar. De esta manera, el filósofo concede al pequeño hombre del mercado los mismos derechos a una experiencia desvergonzada de lo corporal, que hace bien en oponerse a cualquier discriminación. La moralidad puede ser incluso buena, pero la naturalidad también lo es. No otra cosa es lo que proclama el escándalo quínico. Dado que la doctrina explica la vida, el quínico tuvo que llevar al mercado la sensualidad reprimida. Mirad qué bien se lo pasa con su miembro este hombre sabio, ante el que Alejandro Magno se quedaba lleno de admiración. Y defecar lo hace él a la vista de todos. Consiguientemente no puede ser tan malo. Y con ello comienza una risa filosóficamente rica en contenido de verdad, risa de la que habrá que acordarse de nuevo, ya que hoy día todo tiende a que a uno se le acabe la risa. Las filosofías posteriores -por supuesto, las cristianas y las no cristianas incluso más- desintegran paso a paso la regla de la corporización (...) El que la destrucción del principio corporización, sea una obra de esquizofrenias cristiano-burguesas y capitalistas, no necesita ulterior explicación. El principio de la corporización no puede ser portado -por razones de constitución cultural- por los intelectuales modernos (...) El filósofo moderno, mientras siga reivindicando este nombre, se convertirá en un animal cerebral esquizoide... incluso cuando vuelva su atención teóricamente a la negatividad, a lo excluido, a lo humillado y a lo vencido.
PETER SLOTERDIJK, Crítica de la razón cínica. Ed. Taurus, 1989.