lunes, octubre 30, 2006

EL PLAN B

El plan B es una movilización a gran escala para desinflar la burbuja económica mundial antes que estalle. Para impedir que la burbuja estalle será necesario un nivel de cooperación internacional sin precedentes que permita estabilizar la población, el clima, los niveles freáticos y los suelos, y que se produzca a un ritmo de tiempos de guerra. De hecho, el esfuerzo necesario, por su escala así como por su urgencia, es comparable a la movilización estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. Nuestra única esperanza es un cambio rápido de sistema, un cambio basado en señales del mercado que reflejen la realidad ecológica. Esto supone reestructurar el régimen fiscal: reducir los impuestos sobre la renta y aumentar los impuestos sobre actividades destructivas del medio ambiente, como la quema de combustibles fósiles, para incorporar los costes ecológicos. A menos que podamos conseguir que el mercado envíe señales que reflejen la realidad, continuaremos tomando decisiones equivocadas como consumidores, responsables de planificación de empresas y responsables de políticas gubernamentales. Las decisiones económicas erróneas y las distorsiones económicas que crean pueden desembocar en un declive económico. El plan B es la única opción viable simplemente porque el plan A, que supone mantener las prácticas habituales, tiene consecuencias inaceptables: la continua degradación y alteración del medio ambiente y el estallido de la burbuja económica. Las señales de alarma son ahora más frecuentes, ya sea pesquerías esquilmadas, el deshielo de los glaciares o el descenso de los niveles freáticos. Hasta ahora las alertas han sido locales, pero pronto se convertirán en globales. Las masivas importaciones de cereales por parte de China así como el aumento de los precios de los alimentos que probablemente le seguiría podrían despertarnos de nuestro letargo.
Pero el tiempo se está acabando. Las economías de burbuja, que por definición están artificialmente infladas, no duran indefinidamente. Cada día que pasa, nuestras demandas al planeta superan a su capacidad de regeneración por un margen más amplio.

LESTER BROWN, Salvar el planeta. Ed. Paidós, 2004.

martes, octubre 03, 2006

LOS MEDIOS DE MASAS

La realidad de los mass media es la realidad de la observación de segundo orden. Los medios de masas sustituyen las tareas del conocimiento que en otras formaciones sociales estaban reservadas a sitios de observación privilegiados, los sabios, los sacerdotes, los nobles, el Estado: formas de vida que estaban privilegiadas por la religión o por la ética política. La diferencia es tan marcante que difícilmente se puede hablar de progreso o decadencia. Aquí sólo permanece, como modo de reflexión, la observación de segundo orden; es decir, la observación de que la sociedad deja en manos del sistema de los mass media su observación: observación en el modo de observación de la observación. El resultado de este análisis se puede resumir bajo el concepto de cultura. Este concepto engloba, desde el momento en que surgió al final del siglo XVIII, componentes reflexivos y de comparación. La cultura sabe por sí misma en todas sus especificidades que es cultura: construye sus propias diferencias de comparación nacionales o comparativas -al principio, con gestos que reflexionan sobre la propia cultura en comparación con las otras; y actualmente, más bien con la consideración resignada de una multiplicidad de culturas-. Aunque haya esta multiplicidad, uno puede muy bien permanecer en la propia cultura. La opción de moda por la cultural diversity legitima, al mismo tiempo, una posición conservadora respecto a la propia cultura y sólo una relación turística con respecto a las otras. La cultura, precisamente en este sentido (en el sentido de la conformación de todo y cada cosa bajo un mismo signo), es la coartada de los medios de masas (...) sin los medios de masas la cultura como cultura sería irreconocible (...) Con su permanente dictado de construcción de realidad, los mass media sepultan el entendimiento todavía dominante de la libertad. La libertad será, como en el derecho natural, conceptuada como ausencia de coacción. Tanto las ideologías liberales como las socialistas han establecido sus disputas en torno a este concepto de libertad haciendo siempre referencia a la coacción -sea del estado de derecho o de la sociedad capitalista. La "inocencia" de los medios masivos, su inocuidad se basa en que no coaccionan a nadie. De facto, la libertad se sostiene sobre condiciones cognitivas de observación y descripción de alternativas abiertas a un futuro decidible, pero desconocido.

NIKLAS LUHMANN, La realidad de los medios de masas. Ed. Anthropos-Universidad Iberoamericana, 2000.

lunes, octubre 02, 2006

BERG NEURÓTICO

Su particular fijación con el pasado, con el mundo de los padres, tal vez incluso su sumisión a Schönberg, que llegaba hasta el temor -nos contó en cierta ocasión que incluso siendo ya adultos, él y Webern seguían dialogando siempre con Schönberg en tono interrogante- trae al pensamiento con fatal automatismo el concepto de neurosis. Es cierto que Berg se sentía neurótico y también que sabía lo suficiente sobre psicoanálisis como para cuestionarse su asma y otros síntomas evidentes como su temor a las tormentas. Él mismo me interpretó un día uno de sus sueños. Además, siendo joven había conocido a Freud en un hotel de los Dolomitas, creo que en San Martino; se había puesto enfermo con una de sus habituales gripes y lo había pasado en grande viendo cómo Freud, el único médico que había en el hotel a la sazón, no sabía cómo desenvolverse frente a aquella trivial enfermedad. Le gustaba bromear con el componente psíquico de sus males. Ligeras indisposiciones le proporcionaban la excusa para introducirse en el papel, tan a menudo dichoso, del niño enfermo rodeado de cuidados. Por lo general se deleitaba de modo vagamente morboso con los rasgos eufóricos de la enfermedad. Algunos aspectos neuróticos eran evidentes: sufría de una especie de complejo de ferrocarril. Tenía por principio llegar con mucho adelanto a los trenes, a veces con horas. En cierta ocasión, según nos contó, se presentó en la estación con tres horas de adelanto y sin embargo se las arregló para acabar perdiendo el tren. Pero tal y como suele ocurrir en no pocas ocasiones en las personas de gran fuerza espiritual, su neurosis no afectaba seriamente a su fuerza productiva, tal y como cabría esperar. En todo caso, el rasgo más llamativo sería la lentitud de su productividad. Pero esto más bien se debía a su rigor autocrítico y tremendamente racional, por mucho que tuviera también cierta parte de temor neurótico. A veces Berg recordaba al hombre que grita "¡al lobo, al lobo!".

THEODOR ADORNO, Alban Berg. Ed. Alianza, 1990.