lunes, enero 29, 2007

¡EUROPA, EUROPA!

El nombre de Europa designa una región del mundo en la que, de un modo indiscutiblemente singular, se ha preguntado por la verdad y la buena vida. Ni siquiera en los tiempos modernos los europeos dejarán de creer del todo que sólo aquello que es justo y digno del ser humano dispone a la larga de un derecho al éxito. No es casualidad que en sus conceptos de ciencia, democracia, Derechos Humanos y arte ellos busquen expresar algo de esta idea de verdad tan idiosincrásica. Estos conceptos se entreveran en el envite europeo lanzado al género humano: crear formas de vida que dignifiquen al hombre como un ser capaz de aspirar radicalmente a lo grande y más rico. En este envite en el que se miden consigo mismos los buenos europeos, la pasión europea constituye el eje central inmemorial. Sólo cuando la pasión entra en liza pueden los europeos querer con tenacidad sus éxitos y apreciarlos sin interrupciones; y sólo después de escapar de su cansancio y de su nihilismo. "Poder querer el éxito" significa saberse impulsado por una verdad que resiste a las depresiones. Tras 1500 años de experimentos con ascesis, piedades, nostalgias, búsquedas y denuedos, los europeos saben -o creen saber- que no es propia del hombre la condición de pobre, desheredado o abandonado. En la medida en que son conscientes de este hecho, son capaces de arrostrar los más grandes esfuerzos. Si olvidan este saber, son los seres más perdidos y menos dinámicos sobre la faz de la tierra. En su esfuerzo, los europeos son siempre, por tanto, rebeldes contra la miseria. Con un pathos que sólo a ellos les es característico, sueñan con las artes, en la medida en que el arte, como garante de la apertura de las creaciones, significa para ellos el gran antídoto contra las tentaciones inducidas por la miseria. No en vano sufren más que nadie de la miseria de no ver delante de sus ojos un proyecto contra la miseria. Las desesperaciones europeas son, por esta razón, más peligrosas que la de los miembros de otras culturas. Con razón se ha llamado a Europa la madre de las revoluciones; una definición más profunda definiría Europa como el foco de la revuelta contra la miseria humana.

PETER SLOTERDIJK, Si Europa despierta. Ed. Pre-Textos, 2004.

viernes, enero 26, 2007

SÓCRATES COMO TÁBANO Y COMADRONA

Generalmente se ha dicho que Sócrates creía en la posibilidad de enseñar la virtud y, en realidad, parece haber sostenido que hablar y pensar acerca de la piedad, de la justicia, del valor, etc. permitía a los hombres convertirse en más piadosos, más justos, más valerosos, incluso sin proporcionar definiciones ni valores para dirigir su futura conducta. Lo que Sócrates creía realmente sobre tales asuntos puede ser ilustrado mejor a través de los símiles que se aplicó a sí mismo. Se llamó tábano y comadrona, y, según Platón, alguien lo calificó de "torpedo", un pez que paraliza y entumece por contacto; una analogía cuya adecuación Sócrates reconoció a condición de que se entendiera que "el torpedo, estando él entorpecido, hace al mismo tiempo que los demás se entorpezcan. En efecto, no es que, no teniendo yo problemas, los genere en los demás, sino que, estando yo totalmente imbuido de problemas, también hago que lo estén los demás", lo cual resume nítidamente la única forma en la que el pensamiento puede ser enseñado; aparte del hecho de que Sócrates, como repetidamente dijo, no enseñaba nada por la sencilla razón de que no tenía nada que enseñar: era "estéril" como las comadronas griegas que habían sobrepasado ya la edad de la fecundidad. (Puesto que no tenía nada que enseñar, ni ninguna verdad que ofrecer, fue acusado de no revelar jamás su opinión personal, como sabemos por Jenofonte, que lo defendió de esta acusación.) Parece que, a diferencia de los pensadores profesionales, sintió el impulso de investigar si sus iguales compartían sus perplejidades, un impulso bastante distinto de la inclinación a descifrar enigmas para demostrárselos a los otros (...) Sócrates es un tábano: sabe como aguijonear a los ciudadanos que, sin él, "continuarían durmiendo para el resto de sus vidas", a menos que alguien más viniera a despertarlos de nuevo. ¿Y para qué los aguijoneaba? Para pensar, para que examinaran sus asuntos, actividad sin la cual la vida, en su opinión, no sólo valdría poco sino que ni siquiera sería auténtica vida. Sócrates es una comadrona. Y aquí nace una triple implicación: la "esterilidad", su experiencia en saber librar a otros de sus pensamientos, esto es, de las implicaciones de sus opiniones, y la función propia de la comadrona griega de decidir acerca de si la criatura estaba más o menos adaptada para vivir o, para usar el lenguaje socrático, era un mero "huevo estéril" del cual era necesario liberar a la madre (...) atendiendo a los diálogos socráticos, no hay nadie entre los interlocutores de Sócrates que haya expresado un pensamiento que no fuera un "embrión estéril". Sócrates hace aquí lo que Platón, pensando en él, dijo de los sofistas: hay que purgar a la gente de sus "opiniones" -es decir, de aquellos prejuicios no analizados que les impiden pensar, sugiriendo que conocemos, donde no sólo no conocemos sino que no podemos conocer- y, al proporcionarles su verdad, los ayuda a liberarse de lo malo -sus opiniones- sin hacerlos buenos, como decía Platón.

HANNA ARENDT, De la historia a la acción. Ed. Paidós, 1995.

martes, enero 16, 2007

LA CRISIS EUROPEA ENTRE 1300 Y 1450

En Europa, la temperatura media está relacionada con la precipitación. De modo que los períodos fríos son también secos y en consecuencia menos productivos. La continua mejora del clima, hasta el fin del siglo XIII, permitió el aumento de la población, pero a partir de esa fecha (con el continuo descenso de la temperatura) comenzaron las dificultades. La sociedad no estaba preparada para manejar el cambio desfavorable tanto por razones demográficas como por la falta de tecnología y por el orden político y social existente. Sin respuesta tecnológica, comercial u organizativa, la única alternativa fue una mayor presión sobre nuevas tierras, generalmente de baja fertilidad, con la consiguiente pérdida de la productividad del trabajo y de la remuneración del mismo. Bajo condiciones de satisfacción de la demanda, el precio suele ser inversamente proporcional a la producción. Pero cuando la producción no cubre la mínima demanda, el precio aumenta y mucho más rápidamente a medida que cae la producción. Esto es todavía más pronunciado cuando se trata de bienes imprescindibles como los alimentos. En la crisis de 1300-1450 pasó exactamente eso: los alimentos alcanzaron con frecuencia precios exorbitantes, lo que determinó mayores rentas para ciertos productores y mayores costos para los consumidores. Este proceso está bien documentado en el caso de Inglaterra, pero también hay información coincidente de la mayor parte de Europa. Como no se produjeron adaptaciones tecnológicas ni del orden social y algunas actividades tuvieron que ser abandonadas, por ejemplo la vitivinicultura en Inglaterra, el resultado fueron hambrunas frecuentes que llevaron a la muerte de millones. La crisis terminó cuando la peste negra redujo la población a la mitad y condujo a un nuevo equilibrio demográfico hacia 1450. Este ejemplo muestra que un desastre de proporciones apocalípticas causado por un cambio climático no necesariamente produce modificaciones en la conducta colectiva para poder enfrentarlo. Como en la Edad Media la sociedad no era consciente de lo que estaba ocurriendo, cabe la esperanza de que en el caso actual, en que sí existe esa consciencia, la respuesta sea distinta.

VICENTE BARROS, El cambio climático global. Libros del Zorzal, 2006.

martes, enero 09, 2007

LA POLÍTICA Y LA VIDA

En el momento en que la vida de un pueblo, racialmente caracterizada, es asumida como el valor supremo que se debe conservar intacto en su constitución originaria o incluso como lo que hay que expandir más allá de sus confines, es obvio que la otra vida, la vida de los otros pueblos y de las otras razas, tiende a ser considerada un obstáculo para este proyecto y, por lo tanto, sacrificada a él. El bíos es artificialmente recortado, por una serie de umbrales, en zonas dotadas de diferente valor que someten una de sus partes al dominio violento y destructivo de otra. Nietzsche es el filósofo que aferra con mayor radicalidad este paso; en parte asumiéndolo como su propio punto de vista, en parte criticándolo en sus resultados nihilísticos. Cuando él habla de voluntad de potencia como del fondo mismo de la vida o cuando no pone en el centro de las dinámicas interhumanas a la conciencia, sino al cuerpo mismo de los individuos, entonces, hace de la vida el único sujeto y objeto de la política. Que la vida sea para Nietzsche voluntad de potencia no quiere decir que la vida quiera la potencia o que la potencia determine desde el exterior a la vida, sino que la vida no conoce modos de ser diferentes de un continuo potenciamiento. Lo que condena a las instituciones modernas (el Estado, el parlamento, los partidos) a la ineficacia y a la inefectividad es precisamente su incapacidad de situarse en este nivel del discurso. Pero Nietzsche no se limita a esto. La extraordinaria relevancia, pero también el riesgo, de su perspectiva biopolítica consiste no solamente en el haber puesto la vida biológica, el cuerpo, en el centro de las dinámicas políticas, sino también en la lucidez absoluta con que prevé que la definición de vida humana (la decisión sobre qué es, cuál es, una verdadera vida humana) constituirá el más relevante objeto de conflicto en los siglos por venir. En un conocido pasaje de los Fragmentos póstumos, cuando se pregunta “por qué no tenemos que realizar en el hombre lo que los chinos logran hacer con el árbol, de modo que por una parte produce rosas y por otra peras”, nos encontramos frente a un paso extremadamente delicado que va de una política de la administración de la vida biológica a una política que prevé la posibilidad de su transformación artificial. De este modo, al menos potencialmente, la vida humana se convierte en un terreno de decisiones que conciernen no solamente a sus umbrales externos (por ejemplo lo que la distingue de la vida animal o vegetal), sino también a sus umbrales internos. Esto significa que será concedido o, más bien, exigido a la política el decidir cuál es la vida biológicamente mejor y también cómo potenciarla a través del uso, la explotación, o si hiciera la muerte de la vida menos valiosa biológicamente.

ROBERTO ESPÓSITO, Biopolítica y filosofía. Grama Ediciones, 2006.

jueves, enero 04, 2007

CRECIMIENTO NO SUSTENTABLE

Como consecuencia del crecimiento del consumo de hidrocarburos, las emisiones de dióxido de carbono aumentaron y aumentarán exponencialmente al mismo ritmo que sus concentraciones en la atmósfera. Otro tanto está ocurriendo con el metano y el óxido nitroso. El resultado es un calentamiento global que amenaza con la extinción severa de especies. Se supone que el cambio climático estará acompañado de catástrofes, migraciones masivas y conflictos, algunos de los cuales se pueden ya avizorar (...) De un modo u otro, todo crecimiento exponencial encuentra sus límites en el agotamiento de alguno de los recursos que lo sustentan y se traduce en el fin del crecimiento o incluso en una declinación. En el caso de la crisis del clima, la pregunta es cómo se llegará al fin del crecimiento exponencial. ¿Podrá ser a través de un proceso consciente y ordenado mediante decisiones políticas globales o alternativas tecnológicas?, o ¿simplemente será impuesto por la catástrofe ambiental?. Los porcentajes de reducción de las emisiones necesarios para lograr la estabilidad de las concentraciones respecto a los niveles de 1990 en pocas décadas implican llevar las emisiones de dióxido de carbono al 40% de sus valores de 1990. Sin mediar alguna catástrofe inesperada, esta reducción no sería posible en las próximas dos o tres décadas por un cúmulo de razones económicas, políticas, e incluso culturales. Aun con el agotamiento del petróleo, la disponibilidad de carbón es tan abundante y se trata de un recurso tan barato que puede conducirnos a una gran catástrofe ambiental. Cabe la esperanza de que tal como ocurrió con las proyecciones de Malthus y del Club de Roma, el avance tecnológico posponga por algunas décadas los efectos más graves del cambio climático. La biotecnología podría abrir el camino para una mayor producción de biomasa que atienda la demanda global de alimentos y energía, y otros avances tecnológicos podrían en conjunto ofrecer también alternativas a los hidrocarburos. Pero aún en el caso de que se arribara a esas soluciones tecnológicas, a menos que sus costos fueran competitivos frente a los combustibles fósiles, su implementación dependerá seguramente de la comprensión y decisión colectiva para mitigar rápidamente el cambio climático.

VICENTE BARROS, Aspectos políticos y económicos del cambio climático. Revista CIENCIA HOY nº 96, Dic. 2006/Ene. 2007

martes, enero 02, 2007

LA HIPÓSTASIS DEL HÉROE

Siguiendo las referencias del psicoanalista Otto Rank, descubrimos en el núcleo de las subjetividades heroicas el drama de una enfermedad muy temprana que lo penetra todo. Lo que vuelve hacia sí a los héroes, carismáticos y profetas, es el recuerdo sufrido en silencio y, posteriormente, efectivo, de una total hipóstasis ("subsistencia incomunicable"). Antes de reflexión alguna, la vida se da en ellos como dolor total indistanciable. Al héroe no le duele en especial ninguna parte de su ser, sino todo. Ahí no hay situación que no sea desesperada. El motor de la formación del Yo heroico es la total autoexaltación desde el total hundimiento en el océano del desamparo. El héroe es el hombre que viene del mar de la desesperación y echa pie a tierra. Con él empieza la aventura de la civilización como colonización de la tierra firme del Yo, el morar y entronizar en el nuevo continente: propio arbitrio, poder, querer, saber. Por eso, los héroes son los pioneros psicológicos de la cultura; talan la jungla de la impotencia y la confusión. En retaguardia de los primeros héroes, fueron posibles hombres que, por vez primera, tenían la certeza de poder aprender, de manera rutinaria, lo que en su época es propio de las posibilidades humanas. Desde ese punto de vista, los héroes no son simplemente sujetos de fuerza con nombres sonoros; su Yo no es sólo un anexo de su energía. Mucho más que eso, los héroes con toda su fuerza no son otra cosa que héroes del ser-Yo, paladines de la autoexaltación del saber y de la conquista del propio nombre. Por eso es siempre protagonista la heroicidad mítica: porque su razón de ser es la primera lucha contra una primera derrota. Y sigue siendo, aun sofocada, mi lucha, tuya, suya, nuestra y vuestra. Es tan universal porque la experiencia de la desesperación en la hipóstasis impuesta afecta incomparablemente más que los casos de abandono, mortíferos y patentes, de lactantes a la intemperie hostil.

PETER SLOTERDIJK, Extañamiento del mundo. Ed. Pre-Textos, 1998.