miércoles, septiembre 06, 2006

CULTURA Y BARBARIE

Spengler ha subrayado de tal modo el carácter natural de la cultura que ha sido capaz de resquebrajar para siempre la confianza en la función reconciliadora de ésta. Más penetrantemente que ningún otro ha argüido Spengler el hecho de que la naturalidad de la cultura se mueve siempre hacia el ocaso y la catástrofe, y ha mostrado cómo la cultura misma, en tanto que forma y orden, está sometida al ciego dominio que en permanente crisis va preparando el destino a sus víctimas y a sí mismo. Todo lo que es cultura lleva en sí la impronta de la muerte; negar este hecho sería ingenuo luego del alegato de Spengler (...) Para romper el círculo mágico de la morfología spengleriana no basta con condenar la barbarie y confiar en la salud de la cultura. Ante esa ingenuidad reiría Spengler con motivo. Lo que hay que hacer es penetrar con la mirada el elemento de barbarie que hay en la cultura misma. Sólo tienen una posibilidad de sobrevivir al veredicto de Spengler aquellos pensamientos que someten a juicio la idea de cultura exactamente igual que la realidad de la barbarie. El alma vegetativa de la cultura spengleriana, el vitalista "estar en forma", el mundo simbólico, inconsciente y arcaico que le entusiasma (...) son embajadores de la tragedia cuando realmente entran en acción. Todos ellos dan testimonio de la constricción y del sacrificio que la cultura impone a los hombres. La aguda mirada del cazador spengleriano que registra despiadadamente las ciudades de los hombres como si fueran la selva que son, ha pasado por alto una cosa: las fuerzas que se liberan en la decadencia de la ruina (...) En el mundo de la vida violenta y oprimida, la decadencia -que arrebata a esa vida, a su cultura, a su rudeza y a su excelsitud, todo séquito- es el refugio de los mejores. Los impotentes, los que, según el decreto de Spengler, son dados de lado por la historia y son aniquilados, encarnan negativamente en la negatividad de esta cultura algo que promete romper el veredicto y terminar con el espanto de la prehistoria -por más débilmente que pueda sonar esa promesa. En la aparición de esas fuerzas yace la última esperanza de que el destino y el poder no tengan la última palabra en el mundo.

THEODOR ADORNO, Crítica cultural y sociedad. Ed. Sarpe, 1984.