domingo, septiembre 24, 2006

LA VOLUNTAD DE PODER

Quizás estemos legitimados para afirmar que Nietzsche alcanzó como autor las cimas más altas de la lengua alemana y de la sintaxis europea. En el cenit de su papel como pensador-cantante pudo considerarse como el órgano de un universo que se crea a sí mismo en las posiciones de autoafirmación de los individuos. Como filósofo él se habría celebrado demasiado prematuramente si hubiera llegado a compilar y publicar sus fragmentos y esbozos de su teoría de la voluntad en una obra. Pero sabemos que existieron quienes, explotando, reciclando y acelerando sus ideas, lo hicieron en su lugar, utilizando el nombre del autor para la marca; y, a decir verdad, contra la valoración más lúcida del autor, quien, en sus escritos, siempre vuelve a ese punto en el que se anula el presunto sistema provisional, la supuesta doctrina fundamental: no hay ninguna voluntad, por lo que tampoco existe una voluntad de poder; la voluntad es sólo un modo de hablar; sólo hay una multiplicidad de fuerzas, discursos, gestos, y su composición bajo la égida y dirección de un yo, que se afirma, se pierde y transforma a sí mismo. Es precisamente aquí donde el autor contradice su marca, siendo sus declaraciones al respecto explícitas (...): Es necesario purificar la superficie de la conciencia -la conciencia es una superficie- de cualquiera de los grandes imperativos. ¡Cuidado incluso con toda palabra pomposa, con toda actitud pomposa! (...) En mi recuerdo falta el que yo me haya esforzado alguna vez, no es posible apreciar en mi vida rasgo alguno de lucha, soy la antítesis de una naturaleza heroica. "Querer" algo, "aspirar" a algo, proponerme una "meta", un "deseo"... nada de esto conozco por experiencia. Todavía en este instante miro hacia mi futuro -¡un vasto futuro!- como si mirara a un mar liso: ningún deseo se encrespa en él. No tengo el menor deseo de que algo se vuelva diferente de lo que ya es; yo mismo no quiero llegar a ser algo diferente... pero así he vivido siempre. (Ecce homo).

PETER SLOTERDIJK, Sobre la mejora de la buena nueva. Ed. Siruela,2005.

miércoles, septiembre 13, 2006

HECHOS IRREPARABLES

La pérdida de la situación central, geográfica y sociológica, el abandono del axioma del progreso histórico o las extremadas reservas con que lo miramos, nuestra sensación de fracaso o de las graves deficiencias del conocimiento y del humanismo respecto de la acción social; todos estos hechos significan el fin de una estructura de valores jerárquica y aceptada. Esas divisiones o cortes binarios que organizaban la percepción social y que representaban la dominación del código cultural sobre el código natural se han borrado ahora o son directamente rechazados. Se trata de cortes entre la civilización occidental y todas las demás, entre los instruidos y los incultos, entre los estratos superiores e inferiores de la sociedad, entre la autoridad de la edad y la dependencia de los jóvenes, entre los sexos. Estos cortes eran no sólo diacríticos -que definían la identidad de las dos unidades en relación consigo mismas y entre sí- sino que eran expresamente horizontales. La línea divisoria separaba lo superior de lo inferior, lo mayor de lo menor, la civilización del primitivismo atrasado, la instrucción de la ignorancia, el privilegio social de la subordinación, la madurez de edad de la inmadurez, los hombres de las mujeres, y en cada caso estaba implícita una distinción de superioridad. Es el colapso, más o menos completo, más o menos consciente, de estos gradientes de valor jerarquizados y definitorios (¿y puede haber valores sin jerarquía?) lo que constituye ahora el hecho principal de nuestra situación intelectual y social (...) La pregunta que se formula menos frecuentemente es la de saber si vale la pena reanimar ciertos elementos centrales de los valores de la jerarquía clásica (...) ¿Para qué elaborar y transmitir cultura si ésta hizo tan poco para contener lo inhumano, si en ella están insertas ambigüedades que hasta solicitaron la barbarie? (...) ¿no se paga por la cultura un precio demasiado elevado? (...) ¿No es la noción misma de cultura sinónimo de elitismo? (...) Está la respuesta de Freud, su estoica aquiescencia, su suposición hosca y fatigada de que la vida humana es una anomalía cancerosa, un rodeo entre vastos estadios de reposo orgánico. Y por otro lado, está el alborozo nietzscheano ante lo inhumano, con su tensa e irónica percepción de que somos, de que siempre hemos sido, húespedes precarios en un mundo indiferente, frecuentemente asesino, pero siempre fascinante: (Escudo de la necesidad. ¡Supremo astro del ser! que ningún deseo puede alcanzar, que ninguna negación puede manchar, eterno Sí del ser, eternamente yo soy tu afirmación: pues yo te amo, ¡Oh eternidad!)

GEORGE STEINER, En el castillo de Barba Azul. Ed. Gedisa, 1991.

domingo, septiembre 10, 2006

INICIO DEL TERROR MODERNO

...cabe asegurar que todo terror, a tenor de su principio de actuación, se entiende en términos atmoterroristas. Toma la forma del golpe atentatorio contra las intensas condiciones de vida medioambientales enemigas, empezando con el ataque tóxico a los recursos más inmediatos del entorno de un organismo humano, esto es, su aire para respirar. Se ha admitido en este sentido que lo que denominamos desde 1789 terreur o terror, y, con más razón, desde 1915, pudo ser anticipado con toda su ingenua brutalidad y malvada astucia en el empleo de la violencia contra las condiciones medioambientales de la existencia humana. Piénsese por ejemplo en los envenenamientos del agua, del que ya se brindaron ejemplos en la Antigüedad, en las acciones de infestación de fortalezas protegidas, en incendios y fumigaciones de ciudades y refugios, en la propagación de rumores infundados de horror y actos de igual parangón. Estas comparaciones, no obstante, cojean en lo esencial. Si abrazamos este planteamiento, el terrorismo sigue sin ser identificado como una criatura de la Modernidad; éste sólo puede acceder a una definición exacta de su identidad una vez que el precepto de ataque al medioambiente y la concepción inmunitoria de un organismo o de una forma de vida son expuestos a la luz de una completa explicitud técnica. Esto sucedió por vez primera, en los sucesos acaecidos el 22 de abril de 1915, cuando las nubes tóxicas de cloro procedentes de 5700 botellas de gas vaciadas para tal ocasión se cernieron, acompañadas por un viento favorable, partiendo de las posiciones alemanas, sobre las trincheras francesas entre las zonas de Bixschoote y Langemarck. Fue a la caída de la tarde de ese mismo día, entre las 18 y las 19 horas, cuando la aguja del reloj epocal de la fase vitalista y tardoromántica de la Modernidad pasó a marcar la hora de la objetividad atmoterrorista. Una cesura de igual calado no ha existido en este terreno desde entonces. Los grandes desastres del siglo XX, como los del apenas iniciado XXI, pertenecen todos sin excepción, como puede mostrarse, a esa historia de la explicación inaugurada esa tarde de abril en el frente occidental, cuando las sorprendidas unidades francocanadienses, a causa del shock de las nubes tóxicas de color blanco amarillento que se aproximaban hacia sus posiciones procedentes del nordeste, retrocedieron, presas de un pánico terrorífico, mientras no dejaban de toser y lanzar alaridos.

PETER SLOTERDIJK, Temblores de aire. En las fuentes del terror. Ed. Siruela, 2003.

jueves, septiembre 07, 2006

FUTURAS SOCIEDADES

Hay algo de lo que hoy se puede estar seguro: la evolución siempre ha actuado en gran medida de forma autodestructiva. A corto y a largo plazo. Poco de lo que ha creado se ha conservado. Esto vale para la mayoría de los seres vivos que existieron un día. Del mismo modo, casi todas las culturas que han determinado la vida humana han desaparecido. El sentido que tuvieron para los que vivieron en ellas apenas es comprensible aún, a pesar de todo el refinamiento en la valoración arqueológico-antropocultural-científico-espiritual de que hoy disponemos. Las mentalidades que un día fueron actuales ya no lo son para nosotros, o en todo caso sólo son comprensibles a través de ficciones altamente artificiales. Sólo nos es posible una relación cuasiturística con esas culturas pasadas. A las obviedades y formas culturales, al "mundo de la vida" de nuestra sociedad le pasará lo mismo. Nadie puede dudar seriamente de ello. No hay que excluir, incluso mirándolo con atención es probable, que los hombres desaparezcan como seres vivos. Quizá se sustituyan a sí mismos por seres vivos humanoides genéticamente superiores. Quizá diezmen o extingan su especie mediante catástrofes autoproducidas. O destruyan de tal modo los auxiliares técnicos que nos son habituales que sólo sigan siendo posibles formas muy elementales de supervivencia. Como siempre, en todo caso las futuras sociedades, si es que las hay sobre la base de comunicación con sentido, vivirán en otro mundo, basado en otras perspectivas y otras preferencias, y en todo caso se asombrarán ante nuestras preocupaciones y nuestros hobbys como ante rarezas con un limitado valor de entretenimiento, si es que quedan rastros de ellas y competencia para leer esos rastros. Semejante futuro nos parece inaceptable, un escenario de horror que sólo podemos disfrutar en forma de ficción porque suponemos que no se dará. Quien contempla lo venidero sin signos de espanto es rechazado por cínico. En la comunicación, esta perspectiva actúa como si hubiera sido inventada para irritar a los otros y para disfrutar con su irritación. El que se tira de la torre Eiffel no puede disfrutar realmente de la caída, porque sabe cómo terminará.

NIKLAS LUHMANN, Observaciones de la modernidad. Ed. Paidós, 1997.

miércoles, septiembre 06, 2006

CULTURA Y BARBARIE

Spengler ha subrayado de tal modo el carácter natural de la cultura que ha sido capaz de resquebrajar para siempre la confianza en la función reconciliadora de ésta. Más penetrantemente que ningún otro ha argüido Spengler el hecho de que la naturalidad de la cultura se mueve siempre hacia el ocaso y la catástrofe, y ha mostrado cómo la cultura misma, en tanto que forma y orden, está sometida al ciego dominio que en permanente crisis va preparando el destino a sus víctimas y a sí mismo. Todo lo que es cultura lleva en sí la impronta de la muerte; negar este hecho sería ingenuo luego del alegato de Spengler (...) Para romper el círculo mágico de la morfología spengleriana no basta con condenar la barbarie y confiar en la salud de la cultura. Ante esa ingenuidad reiría Spengler con motivo. Lo que hay que hacer es penetrar con la mirada el elemento de barbarie que hay en la cultura misma. Sólo tienen una posibilidad de sobrevivir al veredicto de Spengler aquellos pensamientos que someten a juicio la idea de cultura exactamente igual que la realidad de la barbarie. El alma vegetativa de la cultura spengleriana, el vitalista "estar en forma", el mundo simbólico, inconsciente y arcaico que le entusiasma (...) son embajadores de la tragedia cuando realmente entran en acción. Todos ellos dan testimonio de la constricción y del sacrificio que la cultura impone a los hombres. La aguda mirada del cazador spengleriano que registra despiadadamente las ciudades de los hombres como si fueran la selva que son, ha pasado por alto una cosa: las fuerzas que se liberan en la decadencia de la ruina (...) En el mundo de la vida violenta y oprimida, la decadencia -que arrebata a esa vida, a su cultura, a su rudeza y a su excelsitud, todo séquito- es el refugio de los mejores. Los impotentes, los que, según el decreto de Spengler, son dados de lado por la historia y son aniquilados, encarnan negativamente en la negatividad de esta cultura algo que promete romper el veredicto y terminar con el espanto de la prehistoria -por más débilmente que pueda sonar esa promesa. En la aparición de esas fuerzas yace la última esperanza de que el destino y el poder no tengan la última palabra en el mundo.

THEODOR ADORNO, Crítica cultural y sociedad. Ed. Sarpe, 1984.

lunes, septiembre 04, 2006

LA REDENCIÓN DE LA VENGANZA

La respuesta que Nietzsche da a nuestra pregunta sobre ese representar que predomina de antemano en todo el parpadeo del último hombre, está escrita en el párrafo antepenúltimo de la segunda parte de Así habló Zaratustra(1883). Tiene por título las palabras "De la redención", y dice así: "El espíritu de la venganza: amigos míos, esto ha sido hasta ahora lo mejor a donde llegó el pensar de los hombres; y donde había sufrimiento, allí debía estar siempre el castigo." Venganza, vengar, wreken, urgere, significan: empujar, aguijonear, perseguir, acechar. El pensar, el re-presentar del hombre tal como ha sido hasta ahora, está determinado por la venganza, por el acechar. Ahora bien: si Nietzsche pretende salir y sobrepasar al hombre tal como ha sido hasta el presente y su representar, para llegar a un hombre distinto y superior, ¿cuál es el puente que conduce a un camino de transición? ¿En qué piensa Nietzsche al buscar este puente, para llegar del último hombre al super-hombre? ¿Qué es lo único y más propiamente tal que pensaba este pensador, aun cuando no lo expresaba en cada ocasión ni de la misma manera? El mismo Nietzsche nos da la respuesta a nuestra pregunta en la misma segunda parte de Así habló Zaratustra, en el párrafo "De las tarántulas", donde hace decir a Zaratustra: "Pues, que el hombre sea redimido de la venganza: esto es para mí el puente hacia la suprema esperanza y un arco iris al cabo de muchas tormentas."

MARTIN HEIDEGGER, El espíritu de la venganza. Revista Descartes nº6, 1989.

domingo, septiembre 03, 2006

EL JUEGO

El pasaje de lo sagrado a lo profano puede, de hecho, darse también a través de un uso (o, más bien, un reuso) completamente incongruente de lo sagrado. Se trata del juego. Es sabido que la esfera de lo sagrado y la esfera del juego están estrechamente conectadas. La mayor parte de los juegos que conocemos deriva de antiguas ceremonias sagradas, de rituales y de prácticas adivinatorias que pertenecían tiempo atrás a la esfera estrictamente religiosa. La ronda fue en su origen un rito matrimonial; jugar a la pelota reproduce la lucha de los dioses por la posesión del sol; los juegos de azar derivan de prácticas oraculares; el trompo y el tablero de ajedrez eran instrumentos de adivinación. Analizando esta relación entre juego y rito, Emile Benveniste, ha mostrado que el juego no sólo proviene de la esfera de lo sagrado, sino que representa de algún modo su inversión (...) el juego libera y aparta a la humanidad de la esfera de lo sagrado, pero sin abolirla simplemente. El uso al cual es restituido lo sagrado es un uso especial, pero no coincide con el consumo utilitario. La "profanación" del juego no atañe, en efecto, sólo a la esfera religiosa. Los niños, que juegan con cualquier trasto viejo que encuentran, transforman en juguete aun aquello que pertenece a la esfera de la economía, de la guerra, del derecho y de las otras actividades que estamos acostumbrados a considerar como serias. Un automóvil, un arma de fuego, un contrato jurídico se transforman de golpe en juguetes. Lo que tienen en común estos casos con los casos de profanación de lo sagrado es el pasaje de una religio, que es sentida ya como falsa y opresiva, a la negligencia como verdadera religio (...) Así como la religio no ya observada, sino jugada abre la puerta del uso, las potencias de la economía, del derecho y de la política desactivadas en el juego se convierten en la puerta de una nueva felicidad.

GIORGIO AGAMBEN, Profanaciones. Ed. Adriana Hidalgo, 2005.