miércoles, julio 26, 2006

OCIO O ABURRIMIENTO

Se suele afirmar que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Para evitar este mal se recomienda con insistencia el trabajo. No obstante, si examinamos más de cerca tanto el temido peligro como el medio recomendado, veremos con facilidad que la afirmación anterior, tomada en bloque, es de lo más plebeya que pueda imaginarse. La ociosidad en cuanto tal no es en absoluto la raíz de todos los vicios, sino que más bien significa, si no hay aburrimiento por medio, un modo de auténtica vida divina. Es verdad que el ocio puede dar ocasión a que se pierda toda la fortuna que se tiene u otras cosas por el estilo, pero el que es de naturaleza noble no teme nada de eso, sino que solamente le da miedo el aburrimiento. Los dioses del Olimpo no se aburrían, al revés, vivían dichosos en una ociosidad feliz. Una belleza femenina que no cose, ni hila, ni teje, ni se dedica a la lectura o a la música, también es feliz en la plena ociosidad, puesto que no se aburre. La ociosidad, pues, dista mucho de ser la raíz de todos los males, tantísimo que la podemos llamar el auténtico bien. La raíz de todos los males es el aburrimiento, que es contra el que debemos combatir con todos los medios a nuestro alcance, manteniéndolo todo lo lejos que sea posible. La ociosidad no es el mal. Por eso, cualquier hombre que no tenga sentido para el ocio, demuestra bien a las claras que no se ha incorporado todavía a lo propiamente humano (...) Hay mucha gente que posee el don extraordinario de convertirlo todo en negocio y cuya vida entera es negocio. Y así, con el mismo celo mercantil que ponen en su trabajo de oficina, se enamoran y se casan, oyen un chiste y admiran una obra de arte. Es muy verdadero el adagio latino que dice: otium est pulvinar diaboli (la ociosidad es la almohada del diablo), pero el diablo no tendrá tiempo de reposar su cabeza en esta almohada mientras la gente no se aburra. La antítesis ociosidad-trabajo será correcta siempre que se suponga que el destino del hombre es trabajar. Ahora bien, como yo supongo que el destino del hombre es divertirse, puedo concluir con toda lógica que mi antítesis no es menos correcta que la anterior.

SOREN KIERKEGAARD, Estudios estéticos II. Ed. Guadarrama, 1969.