martes, julio 25, 2006

DIÓGENES

La aparición de Diógenes coincide con la época de la decadencia de la comunidad urbana ateniense, que señala la víspera del dominio macedónico con el que empieza la transición al helenismo. El antiguo ethos patriótico y de pequeño espacio de la polis está a punto de caer en disolución, una disolución que afloja las ataduras que mantienen atado al individuo a su carácter de ciudadano. Lo que antaño fue el único lugar pensable de una vida llena de sentido, ahora muestra su envés. La ciudad se convierte en crisol de morales absurdas, en un mecanismo político hueco cuyo funcionamiento se puede ahora penetrar de una vez como desde fuera. Quien no sea ciego debe reconocer que se ha introducido un nuevo ethos, una nueva antropología: ya no se es un ciudadano estrecho de miras de una comunidad urbana casual, sino que uno tiene que concebirse como un individuo en un cosmos ampliado (...) Se dice de Diógenes: "Preguntado por su patria, contestó: "Soy un ciudadano del mundo" (Diógenes Laercio, VI, 63).Esta grandiosa acuñación lingüística contiene la más atrevida respuesta de la Antigüedad a su más inquietante experiencia: la razón se hace apátrida en el mundo social y la idea de la auténtica vida se libera de las comunidades empíricas. Allí donde la socialización para el filósofo es equivalente a la pretensión de contentarse con la razón parcial de su cultura casual, de adherirse a la irracionalidad colectiva de su sociedad, allí la negación quínica tiene un sentido utópico (...) De esta manera, el quínico sacrifica su identidad social y renuncia al confort psíquico de la pertenencia incuestionada a un grupo político, para salvar de esta manera su identidad existencial y cósmica. Él defiende de una manera individualista lo general frente a lo peculiar colectivo que, en el mejor de los casos, es sólo medianamente racional, una peculiaridad, que nosotros denominamos estado y sociedad. En el concepto del cosmopolita, el antiguo quinismo entrega su más valioso regalo a la cultura mundial. "El único ordenamiento estatal auténtico tiene lugar solamente en el cosmos". El sabio cosmopolita, en cuanto portador de una razón viva, podrá, por consiguiente, introducirse sin condiciones ni reservas en una sociedad cuando esta sociedad se haya convertido en una cosmópolis. Hasta entonces, su papel es innegablemente el de un perturbador; él sigue siendo el remordimiento de conciencia de toda autocomplacencia dominante y la plaga de todo estrechamiento moral.

PETER SLOTERDIJK, Crítica de la razón cínica. Ed. Taurus, 1989.