viernes, julio 07, 2006

EL SACERDOTE

Consideremos que, regularmente, en todas partes y casi en todo tiempo, hace su aparición el sacerdote ascético; no pertenece a una raza determinada; prospera siempre en todas las clases sociales. No es que propague quizá su manera de apreciar por herencia, que la transmita; al contrario, un profundo interés le prohibe, en tesis general, propagarse. Debe ser una necesidad de orden superior lo que hace crecer sin cesar y prosperar esa especie hostil a la vida; la vida misma debe tener interés en no dejar perecer ese tipo contradictorio. Pues una vida ascética es una contradicción flagrante: un resentimiento sin ejemplo reina, el de un instinto que no se ve satisfecho, un deseo de poder que querría hacerse dueño, no de cualquier cosa en la vida, sino de la vida misma, de sus condiciones más profundas, más fuertes, más fundamentales; ha hecho la tentativa de emplear la fuerza en secar la fuente de la fuerza; se ve la mirada rencorosa y mala volverse contra la prosperidad fisiológica, en particular contra la expresión de esta prosperidad, la belleza, la alegría, mientras que las cosas fracasadas, degeneradas, el sufrimiento, la enfermedad, la fealdad, el daño voluntario, la mutilación, las mortificaciones, el sacrificio de sí mismo son "buscados" como un goce. Todo esto es paradójico en grado supremo: nos encontramos aquí ante una desunión que se "quiere" desunida, que "goza" de sí misma por este sufrimiento y que se hace cada vez más segura de sí y más triunfante, a medida que su condición primera, su vitalidad fisiológica va "decreciendo". El triunfo precisamente en la última agonía: el ideal ascético ha combatido siempre bajo este signo extremo; en esta tabla de seducción y de sufrimiento ha reconocido siempre su luz más pura, su salud, su victoria definitiva. Crux, nux, lux: para él, las tres cosas no son más que una.

F. NIETZSCHE, Genealogía de la moral. Ed. Porrúa, 1987.