lunes, junio 19, 2006

DOCUMENTO-MONUMENTO

La intervención del historiador que escoge el documento, extrayéndolo del montón de datos del pasado, prefiriéndolo a otros, atribuyéndole un valor de testimonio que depende al menos en parte de la propia posición en la sociedad de la época y de su organización mental, se injerta sobre una condición inicial que es incluso menos "neutra" que su intervención. Es el resultado ante todo de un montaje, consciente o inconsciente, de la historia, de la época, de la sociedad que lo han producido, pero también de las épocas ulteriores durante las cuales han continuado viviendo, acaso olvidado, durante las cuales ha continuado siendo manipulado, a pesar del silencio. El documento es una cosa que queda, que dura y el testimonio, la enseñanza que aporta, deben ser en primer lugar analizados desmitificando el significado aparente de aquél. El documento es monumento. Es el resultado del esfuerzo cumplido por las sociedades históricas por imponer al futuro -queriendo o no queriéndolo- aquella imagen dada de sí mismas. En definitiva, no existe un documento-verdad. Todo documento es mentira. Corresponde al historiador no hacerse el ingenuo. Los medievalistas que tanto han trabajado por elaborar una crítica -siempre útil por cierto- de lo falso, deben superar esta problemática porque cualquier documento es al mismo tiempo verdadero -comprendidos, y tal vez ante todo, los falsos- y falso, porque un monumento es, en primer lugar, un disfraz, una apariencia engañosa, un montaje. Es preciso ante todo desmontar, demoler ese montaje, desestructurar esa construcción y analizar las condiciones en las que han sido producidos esos documentos-monumentos (...) El nuevo documento, ampliado más allá de los textos tradicionales, transformado -allí donde la historia cuantitativa es posible y pertinente- en dato, debe ser tratado como un documento-monumento. De aquí la urgencia por elaborar una nueva doctrina capaz de transferir este documento-monumento desde el campo de la memoria al de la ciencia histórica.

JACQUES LE GOFF, El orden de la memoria. Ed. Paidós, 1991.