jueves, junio 22, 2006

PLATÓN Y ARISTÓTELES

Su vida ya ha sido muy larga. ¡Qué no ha hecho! Combates en el gimnasio que le han dejado el sobrenombre de "ancho" ("Platón") a raíz de su pecho de atleta. Meditaciones junto a Sócrates, el maestro que le cambió la existencia. Largos viajes, tal vez a Egipto, sin dudas a Siracusa. Proyectos políticos, sueños de reforma profundas y de la Ciudad justa, donde el hombre de la verdad no será asesinado por impulsos del pueblo. Platón lo ha vivido casi todo. La humillación de ser vendido como esclavo. La alegría de ser rescatado. Los trabajos del cuerpo, los vértigos del amor, los descubrimientos fundadores. Sin dudas un día, nadie sabe cuándo con certeza, a fuerza de escribir, supo que poseía una visión coherente del todo, cuerpo y alma, hombres y dioses, ciudades y leyes. Lo que había comprendido le abría el acceso a todas las preguntas que pudieran plantearle quienes lo oían. Los principios se habían vuelto definitivamente claros (...) Esta convicción lo había llevado a regresar a Atenas y fundar la Academia. Había puesto toda su fortuna en la compra del terreno y en la construcción. Había organizado la vida de todos los miembros de la comunidad. Había repartido los tiempos de formación entre los comentarios de sus obras, la observación de los astros, las matemáticas y la geometría, y hasta también la lucha y el tejido. Esa comunidad era una máquina destinada a perpetuar su filosofía, para él "la" filosofía (...) todo había sido concebido para transmitir y conservar su pensamiento (...) Por lo tanto, el filósofo lo había previsto todo. O casi. No había contado con Aristóteles. Brillante, estudioso, peligroso discípulo. Al principio, no fue más que un buen alumno. Un joven dotado. Platón se reconocía en él. Esa agudeza en las preguntas, esa sed de entender, sí, eso le recordaba a cierto joven al que había conocido bien. ¡Y esa rapidez en los argumentos! ¡Y esa capacidad de trabajo! El muchacho parecía infatigable. Imposible de desalentar. Nada, decididamente nada hacía retroceder a Aristóteles. Y luego ese bello espíritu se puso a dudar de la realidad incorruptible de las ideas. Comenzó a querer observar la vida sobre la tierra, de los minerales a los animales. Se puso a clasificar, disecar, multiplicar las notas (...) Entonces Platón comenzó a tenerle ojeriza. Se puso a reprenderlo. Como no podía acusar a Aristóteles por querer instruirse, y no quería rebajarse a responder sus objeciones, Platón, a fuerza de estar irritado, se volvió mezquino. Un día, le resultaba desagradable el corte de pelo de Aristóteles. Otra vez sus vestimentas no eran elegantes. O eran llamativas. Inconvenientes, mal elegidas. Su manera de caminar, de sentarse, de ir y venir... nada le caía bien a Platón. Multiplicaba los comentarios. Miradas severas o irónicas, consignas ridículas. Reprimendas permanentes. Los filósofos también son humanos...

ROGER-POL DROIT-JEAN DE TONNAC, Tan locos como sabios. Ed. F.C.E, 2003.