jueves, junio 01, 2006

EL ANHELO

El anhelo es una arremetida en los flancos esquivos de la vida; es el pedernal que le arranca chispas. Aquellos en quienes la chispa de la vida quema y alumbra lo prefieren al maduro y gratuito logro... Una verdad en la que se reposa, precaria siempre, como hija del tiempo, cierra el camino a las conquistas de nuevas verdades; es la muerte bajo un rincón de cielo claro, pero sin horizontes. El anhelo no es un sentimiento ni un temple de ánimo pasivo ni un mero acto emocional -placas veladas, negativos irrevelables, que no nos anticipan los contornos del "reino buscado-, sino una apertura ontológica sobre la esencia de lo real, la que merced a él se nos revela directamente, por una vislumbre, en el ensueño y en la creación artística. Lo que el anhelo bosqueja sobre el fondo proteico del ser, lo que el hombre sueña, tejiendo sutil urdimbre, es también realidad, es la realidad de los poetas encargados de forzar el destino. La antorcha del anhelo la encendieron los poetas. Ardiente, quemante se la van pasando de mano en mano, de dolor en dolor, de visión en visión, punzantes, instantáneos. Van a la conquista de lo supremo: floración lumínica, oculta en los últimos pliegues de la sombra. Irrumpen en lo desconocido, se enfrentan con lo inenarrable, resueltos a asir, intacto y candente, el secreto de la flor inmarcesible. Prometeo, el primer rebelde y primer poeta, robó fuego celeste y les "enseñó a los hombres el nacimiento de los astros y sus puestas irregulares" (Esquilo). Desde entonces, prometeico alumbró el anhelo, inició sus ciclos, y, tras desigual ocaso, gélida noche apaga su fulgor. Es el anhelo lo que puso llama en las órbitas: sosegada y larga lumbre en el olímpico Goethe, delirio y abismática locura en Hölderlin, combustión finita y despreciativa amargura en Rimbaud. Y en Lautreamont, súbita ignición, que conjura coágulos fosforescentes en los ángulos de la noche, y exhibe párpados tumefactos y ardidos. A la estructura mutable del mundo, hecha de antinomias, tal como la refleja el proceso del conocimiento, el anhelo la integra en su propia realidad ensoñada, ya que él, como nosotros -que ocupamos interinamente su lugar- "estamos hechos de la madera de los sueños".

CARLOS ASTRADA, Órbitas en llamas. Revista Confines, diciembre 2004.