sábado, agosto 05, 2006

CALÍGULA

Calígula, sobre otros abundantes vicios, tenía el extraño prurito de herir a todo el mundo con alguna burla, a pesar de que él mismo daba abundante motivo de risa, tanta era la fealdad de su palidez, reflejo de su locura, el ceño de su mirada bajo una frente cubierta de arrugas, la deformidad de su cabeza calva, sembrada sólo de raros cabellos, sin contar su pescuezo erizado de cerda, sus flacas piernas y sus pies enormes. Inacabable sería referir todas las mofas de que hizo objeto a sus padres y abuelos, y a toda clase de gentes; contaré sólo aquellas que fueron causa de su perdición. Entre sus íntimos amigos contaba a Asiático Valerio, hombre muy violento e incapaz de soportar serenamente las injurias. Pues en un banquete, como quien dice ante la asamblea, con voz clarísima, le echó en cara cómo se conducía su mujer en el lecho. ¡Justos dioses! ¡Que un hombre tal tuviera que oír semejante extremo, saberlo el príncipe y llevar su insolencia hasta el punto de contar su adulterio y el ajeno bochorno, no ya sólo a un consular o a un amigo, sino secillamente al marido! Querea, tribuno militar, tenía un timbre de voz no conforme con su valentía, sino lánguido y para quien desconociese sus hechos, algo sospechoso. Calígula, cada vez que él le pedía el santo y seña, le daba el nombre de Venus o de Príapo, escarneciendo o por un lado o por el otro la molicie de aquel militar: esto hacía él, vestido de telas transparentes, cubierto de oro y calzado como una mujer. Por fin Querea se vio obligado a utilizar el hierro para no tener que pedirle más la consigna, y fue el primero de los conjurados que levantó la mano y que le hirió en medio de la nuca: luego fueron numerosos los puñales que de todos lados cayeron sobre Calígula, vengando sus crímenes contra la nación y contra los particulares, pero el primero que se portó como un hombre fue quien menos lo parecía.

SÉNECA, De la brevedad de la vida. Ed. Sarpe, 1984.