viernes, agosto 18, 2006

LEVIATÁN

En el fondo, lejos de ser el teórico de las relaciones entre la guerra y el poder político, es como si Hobbes quisiera eliminar la guerra en tanto realidad histórica, es como si quisiera eliminarla de la génesis de la soberanía. Hay en Leviatán todo un frente del discurso que consiste en decir: poco importa, a fin de cuentas, haber perdido o no; poco importa haber sido derrotados o no, puesto que en todos los casos es siempre el mismo mecanismo el que funciona para todos los derrotados, mecanismo que se encuentra en el estado de naturaleza, en la constitución del estado e incluso en la relación más tierna y natural que existe, vale decir en la que se da entre los padres y sus niños. Hobbes transforma la guerra, el evento bélico, la relación de fuerza que se ha manifestado efectivamente en la batalla, en algo diferente para la constitución de la soberanía. La constitución de la soberanía ignora la guerra. Y en todos los casos, haya o no guerra, la soberanía se realiza siempre del mismo modo. El discurso de Hobbes es en el fondo un no a la guerra: no es la guerra la que crea efectivamente los estados (...) He aquí entonces el problema: dado que en las anteriores teorías jurídicas del poder la guerra nunca había desempeñado la función que Hobbes le niega obstinadamente, ¿contra quién o contra qué se dirige entonces esta eliminación de la guerra? (...) En síntesis, lo que Hobbes quiere eliminar es la conquista, o mejor, la utilización del discurso de la conquista en el discurso histórico y en la práctica política. El adversario invisible del Leviatán es la conquista. Hobbes sabía bien para qué servía el enorme fantoche artificial que tanto hizo estremecer a los bienpensantes del derecho y de la filosofía, el monstruo estatal (...) Por eso los filósofos, que tanto lo han denostado, en el fondo lo aman, y su cinismo ha hechizado hasta a los timoratos.

MICHEL FOUCAULT, Genealogía del racismo. Ed. Altamira, 1992.