-El tercero es siempre el corcho que impide que el diálogo entre dos se hunda en la profundidad: lo cual es, en determinadas circunstancias, una ventaja.
-Los poetas carecen de pudor con respecto a sus vivencias: las explotan.
-Es preciso haber visto dormida a una persona: de lo contrario se ignora cuál es su aspecto. El rostro de tu amigo, al que crees conocer, es tu rostro, reflejado en un espejo imperfecto y tosco.
-Alguien que piense con libertad recorre anticipadamente la evolución de generaciones enteras.
-La exigencia de ser amado es la máxima arrogancia.
-Cada pueblo tiene su tartufería propia y la denomina sus virtudes. -Lo mejor que somos, eso no lo conocemos -no podemos conocerlo.
-Las mujeres que sienten un amor especial por sus hijos son casi siempre vanidosas y engreídas. Las que no le conceden mucha importancia tienen casi siempre razón, pero dan a entender que de semejante padre no cabía aguardar un hijo mejor: en ello se muestra su vanidad.
-Hasta que no nos hemos olvidado del médico y de la enfermedad no hemos sanado.
-Quien sienta que ejerce un gran influjo interno sobre otro habrá de dejarle completamente sueltas las riendas, más aún, ver a gusto e incluso provocar en él oposiciones ocasionales; de lo contrario se creará inevitablemente un enemigo.
-Hablar mucho de sí mismo es también un medio de ocultarse.
-Para mí Wagner lleva -demasiados diamantes falsos.
-El diablo mira con envidia a quien sufre mucho y lo expulsa al cielo.
-Quien alcanza su ideal, justo por ello va más allá de él.
-La crueldad es el remedio del orgullo ofendido.
-La juventud pone sus esperanzas en quien usa siempre expresiones demasiado enérgicas; el hombre adulto, en aquel cuyas palabras quedan siempre por detrás de sus acciones.
-Lo grande de los antiguos es su tendencia universal, sus ojos y su estima para todas las cosas, su escaso acento nacional (griegos y romanos).
-Cuando mejor mentimos es cuando la mentira concuerda con nuestro carácter.
-Casi todo político tiene tanta necesidad, en determinadas circunstancias, de un hombre honesto, que, cual si fuera un lobo hambriento, irrumpe en el redil; mas no para devorar el cordero robado, sino para ocultarse tras su lanoso lomo.
F. NIETZSCHE, Aforismos. Ed. Edhasa, 2002.