Lo que hace la especificidad del racismo moderno no está ligado a mentalidades, a ideologías, a mentiras del poder, sino más bien a la técnica del poder, a la tecnología del poder. Se trata de algo que se aleja cada vez más de la guerra de razas y de esa forma de inteligibilidad histórica que corre por ella, para ponernos dentro de un mecanismo que permita al biopoder ejercerse. El racismo está pues ligado al funcionamiento de un estado que está obligado a valerse de una raza, de la eliminación de las razas o de la purificación de la raza para ejercer su poder soberano. El funcionamiento, a través del biopoder, del viejo poder soberano del derecho de muerte, implica el funcionamiento, la instauración y la activación del racismo (...) Partiendo de tales premisas, se hace comprensible cómo y porqué los estados más homicidas sean también los más racistas. A propósito de esto hay que considerar el caso del nazismo. El nazismo no es otra cosa que el desarrollo paroxístico de los nuevos mecanismos de poder instaurados a partir del siglo XVIII. Ningún estado fue más disciplinario que el régimen nazi; en ningún otro estado las regulaciones biológicas fueron reactivadas y administradas de manera más cerrada y más insistente. Poder disciplinario, biopoder: todo esto atravesó y sostuvo materialmente a la sociedad nazi (gestión del biólogo, de la procreación, de la hereditariedad, de la enfermedad, de los incidentes). Ninguna sociedad fue más disciplinaria y al mismo tiempo más aseguradora que la instaurada, o proyectada, por los nazis. El control de los riesgos específicos de los procesos biológicos era de hecho uno de los objetivos esenciales del régimen. Sin embargo, al mismo tiempo de la formación de esta sociedad (...) se asiste al desencadenamiento más completo del viejo poder soberano de matar. Este poder de vida y muerte atraviesa todo el cuerpo social de la sociedad nazi (...) Por lo tanto se puede decir que el estado nazi hizo absolutamente coextensivos el campo de una vida que él organiza, protege, garantiza, cultiva biológicamente, y el derecho soberano de matar a cualquiera. Cualquiera quiere decir: no sólo los otros, sino también los propios ciudadanos (...) Estado racista, homicida, suicida (la del telegrama 71 con el cual Hitler daba la orden de eliminar las condiciones que mantenían con vida al mismo pueblo alemán) (...) El nazismo sólo llevó a su paroxismo el juego entre el derecho soberano de matar y los mecanismos del biopoder. Pero este juego está inscripto efectivamente en el funcionamiento de todos los estados, de todos los estados modernos, de todos los estados capitalistas.
MICHEL FOUCAULT, Genealogía del racismo. Ed. Altamira, 1992.