Querer que Dios nos quiera, decía Spinoza, es querer que no sea una substancia infinita. En más clara medida vale esto para el cultivo del conocimiento, un objeto inmortal que sólo promete hacernos algo menos ignorantes. Si se prefiere, amar sólo aquello que nos corresponda limita innecesariamente nuestra capacidad de afecto. La libertad, que en sus etapas iniciales llama a la insumisión, madura como sentimiento de goce ante ella misma.
ANTONIO ESCOHOTADO, 2006.