Einstein recibió, en las postrimerías de su vida, como homenaje, una colección de ensayos que incluían una contribución del gran matemático Gödel. Este creía poder probar la equivalencia entre pasado y futuro imaginando la posibilidad de un viaje al pasado. En su respuesta a Gödel, Einstein rechazó la idea: fuese cual fuese la tentación de la eternidad, aceptar la posibilidad de retornar al pasado equivalía a una negación de la realidad del mundo. Como físico, Einstein no podía aceptar esta consecuencia -sin embargo lógica- de sus propias ideas (...) El tiempo y la realidad están irreductiblemente vinculados. Negar el tiempo puede parecer un consuelo o semejar un triunfo de la razón humana, pero es siempre una negación de la realidad. La negación del tiempo fue una tentación para Einstein el físico, al igual que para Borges el poeta. Einstein solía afirmar que había aprendido más de Dostoievski que de cualquier físico (...) La física, para pretender algún valor, debía satisfacer su necesidad de escapar a la tragedia de la condición humana. Cuando Gödel le presentó la última consecuencia de sus investigaciones, la negación misma de la realidad que el físico procura describir, Einstein retrocedió (...) Lo que hoy emerge es una descripción mediatriz, situada entre dos representaciones alienantes: la de un mundo determinista y la de un mundo arbitrario sometido únicamente al azar. Las leyes no gobiernan el mundo, pero éste tampoco se rige por el azar. Las leyes físicas corresponden a una nueva forma de inteligibilidad, expresada en las representaciones probabilistas irreductibles. Se asocian con la inestabilidad y, ya sea en el nivel microscópico o en el macroscópico, describen los acontecimientos en cuanto posibles, sin reducirlos a consecuencias deducibles y previsibles de leyes deterministas. ¿Tal vez esta distinción entre lo que puede ser previsto y controlado y lo que no puede serlo habría satisfecho la procura de inteligibilidad de la naturaleza que se encuentra en el centro de la obra de Einstein? (...) Discernimos nuevos horizontes, nuevas preguntas, nuevos riesgos. Vivimos un momento privilegiado de la historia de la ciencia.
ILYA PRIGOGINE, El fin de las certidumbres. Ed. Andrés Bello, 1996.