La Conducción Nacional montonera (...) tuvo en sus manos el borrador de la "Orden de Batalla 24 de marzo" y era informada con puntualidad sobre la exitosa marcha de los planes enemigos por el servicio de inteligencia que dirigía Rodolfo Walsh. Hubo un instante en que debieron decir basta y liberar a los miembros de la organización de la trampa orgánica que consistía en seguir ligados por los hilos del aparato organizativo, condición de posibilidad del exterminio. Los jefes no lo hicieron, disfrazando a sus bases la propia realidad y la del adversario para lograr que se continuara combatiendo. Ante esto la actitud de Walsh fue la más coherente. Viendo que no podía cambiar nada, conspiró para dar un "golpe de Estado" interno una vez que la Conducción Nacional se fue del país a fines de 1976. Se basaba en la experiencia de la revolución argelina, que conocía al dedillo. Allí la "conducción exterior" tuvo que plegarse a la "interior". Pero en la Argentina y con los Montoneros no se dio. Al constatar que su anhelo no prosperaba Walsh tomó distancia de la estructura guerrillera. Cuando cayó prácticamente ya no tenía nada que ver con el funcionamiento orgánico aunque reivindicara su experiencia personal para corregir el rumbo equivocado, y se identificara a sí mismo como montonero.
JUAN GASPARINI, Montoneros. Final de cuentas. Ed. de la Campana, 1999.