El poeta francés Jacques Prévert describía cruelmente el destino de la clase obrera evocando la inquietud del domingo por la tarde, dado que se aproximaba el lunes, y el martes, y el miércoles, y... el domingo por la tarde. Sin duda, desde entonces algo ha cambiado: el tiempo de vacuidad se ha duplicado y con ello esa espera temerosa del correlativo trabajo esclavizador (...) Mas, vinculada a sábado o a domingo, una constante perdura: el fútbol, que aparece no sólo como referencia ordenadora de las jornadas de ocio, sino como complemento de las conversaciones político-humanistas del resto de la semana. Hubo un tiempo en que el papel sórdido desempeñado por este deporte parecía que estaba claro, al menos para quienes enarbolaban ante las miserias del orden social una actitud de resistencia. Mas hubo también en esto un aggiornamento y la fracción contestataria de la clase intelectual dejó de ver con pavor la genuflexión de toda actitud racional a la que se asiste en los estadios, entreviendo incluso en tal actitud algún rescoldo de reivindicación auténtica. Se confunde así realmente al pueblo con la masa y se insulta al primero con la falacia de que sólo bajo forma degenerada de identificación en un ritual artificioso puede manifestarse el odio de una existencia que se arrastra de lunes a domingo por la tarde (...) Todos y cada uno de los presentes en el estadio sienten que el hincha proyecta imaginariamente una realidad a la que no se enfrenta; en tal sentido, literalmente delira (...) Entonces la frustración por un problema en principio contingente (ganar o no en un juego formal y gratuito), tiene carga de mutilación real, y a la par que la rivalidad artificiosa se convierte en auténtico odio, el falso ciudadano se revela verdadera fiera. Los responsables del orden lo saben bien, puesto que erigen verjas para que el campo de fútbol sea efectivamente lo que está llamado a ser: campo de concentración... de concentración y de canalización. No es en modo alguno azar que de vez en cuando personas lleguen a ser asesinadas por llevar los colores de un club. Morir por éste es quizás un buen modo de empezar a morir por esas abstracciones que el irracionalismo y el irredentismo de todo cuño ofrecen como pasto a los sujetos privados de juicio y de vida.
VICTOR GÓMEZ PIN, La dignidad. Ed. Paidós, 1995.