Clasificar al jugador compulsivo entre quienes padecen enfermedades, infecciosas o no, confunde cierta patología con un mero síntoma suyo, de igual manera que sucede al clasificar al usuario inmoderado de ciertas drogas como "toxicómano", al bebedor abusivo como "alcohólico", al glotón como "bulímico", y al inapetente como "anoréxico". Fue la propia medicina científica quien enseñó a distinguir entre un síntoma -digamos dolor de vientre- y una causa patológica, digamos apendicitis; si ante una crisis de apéndice aplicamos bolsas de agua muy caliente, como si se tratase de un simple cólico, no sólo no aliviaremos la crisis, sino que agravaremos el origen del malestar. Con todo, nadie parece escandalizarse de que un abuso de drogas, comida, juego o cualquier otra cosa se plantee como entidad patológica autónoma, diagnosticable y tratable por sí misma. Temo, en consecuencia, que si nos preguntamos por qué un manifiesto efecto se plantea sistemáticamente como causa acabemos otra vez encontrando una mezcla de falta de espíritu y conveniencia mercantil. La falta de espíritu prefiere concebir al ser humano en términos conductistas, considerando que el ánimo es una enigmática caja negra, y que cualquier modificación derivará de aplicar al paciente premios y castigos, al estilo del perro de Pavlov, que producía saliva al oír una campana. Por su parte, la conveniencia mercantil prefiere abordar el síntoma antes que su origen, debido a evidentes razones de tiempo y simplificación. De ahí que estas nuevas "enfermedades" no delaten tantos cambios en la condición humana como en su decorado ideológico. Los gestores siguen fieles a la barbarie del chivo expiatorio, aunque en vez de quemar públicamente a desviados ahora propongan "atención, tratamiento y prevención". Mueve a estupor que alguien formado en tradiciones hipocráticas y galénicas (...) proponga atención, tratamiento y prevención para meros síntomas, y que lo proponga por el camino de controlar o prohibir cosas ni buenas ni malas, sino oportunas o inoportunas dependiendo de la ocasión y el sujeto. Pero así -pintados como infierno del juego, infierno de la bulimia, infierno de la cleptomanía, infierno de las drogas, etc- los nuevos chivos expiatorios permitirán pedir "más dotación en recursos profesionales". Si distinguiésemos el rábano de las hojas diríamos que éstas son conductas viciosas, y aquél un mundo difícil de vivir para bastantes, o casi todos.
ANTONIO ESCOHOTADO, Retrato del libertino. Ed. Espasa Calpe, 1998.