Veo una multitud innumerable de hombres iguales y semejantes, que no hacen sino girar sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres, con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, apartado de los demás, vive como extraño al destino ajeno, y sus hijos y amigos constituyen para él toda la raza humana; en cuanto al resto de sus conciudadanos, aunque vive a su lado no los ve; los toca pero no los siente; no existe más que él y para él (...) Por encima de éstos se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga por sí solo de asegurarles el disfrute de sus bienes y de velar por su suerte. Absoluto, minucioso, sistemático, previsor y benigno, se asemejaría a la autoridad paterna si, como ésta, tuviese por fin preparar a los seres humanos para la edad de hombre; pero, por el contrario, no persigue sino retenerlos irrevocablemente en la infancia; se muestra contento de que los ciudadanos se diviertan, con tal de que no piensen sino en divertirse. Se esfuerza gustosamente por asegurar su felicidad, pero pretende ser su único agente y su único árbitro; les proporciona seguridad, prevé y garantiza sus necesidades, facilita sus placeres, guía sus principales negocios, dirige su industria, regula sus sucesiones, reparte sus herencias; ¿por qué no habría de ahorrarles el fastidio de pensar y el esfuerzo de vivir?
ALEXIS DE TOCQUEVILLE, La democracia en América. Ed. Alianza, 2002.