No es infrecuente que en beneficio de los intereses de supervivencia sea necesario el poder ser nadie. La Odisea sabe esto en su pasaje más grandioso y jocoso. Ulises, el héroe griego de gran presencia de espíritu, le grita al cegado Cíclope en el momento decisivo de su intento por conseguir la huida de la cueva de éste: ¡Fue nadie el que te cegó! De esta manera se pueden superar uniocularidad e identidad. Con esta exclamación Ulises, el maestro de la inteligente autoconservación, alcanza la cumbre de la presencia de espíritu. Abandona la esfera de las primitivas causalidades morales, la red de la venganza. A partir de aquí está a salvo de la "envidia de los dioses". Los dioses se ríen del Cíclope cuando éste les exige tomar venganza. ¿De quién? De nadie.
Fue y sigue siendo la utopía de la vida consciente un mundo en el que cada uno se puede tomar el derecho de ser Ulises dejando vivir al nadie a pesar de la historia, a pesar de la política, a pesar de la nacionalidad, a pesar de la "algunidad". En la forma del cuerpo despierto, debe emprender el viaje sin destino de la vida que nada se priva. En el peligro, el que tiene presencia de espíritu descubre de nuevo y en sí mismo el "ser nadie". Entre los polos del ser nadie y del ser alguien se tensan las aventuras y las incidencias de la vida consciente. En ella se supera definitivamente toda ficción de un yo vigente. Por eso es Ulises y no Hamlet el auténtico ancestro de la inteligencia moderna y perpetua.
PETER SLOTERDIJK, Crítica de la razón cínica. Ed. Taurus, 1989.