miércoles, abril 26, 2006

ARENA ROMANA

No se comprende lo suficiente qué es la Modernidad o la Antigüedad si sólo seguimos teniendo a la vista la lucha en las alturas entre los antiguos y los modernos en la literatura y en las artes figurativas. Bajo las tradiciones literarias oficiales y sublimes, bajo la imagen de la Antigüedad que se brinda en los Institutos, existen renacimientos que exigen volver a plantear una renovada querella: renacimientos revestidos de rasgos inquietantes (...) La cultura romana de masas en el mundo antiguo ha demostrado en el interín que ella también es capaz de propiciar un renacimiento, a decir verdad, que no ha sido del todo advertido por los observadores de este fenómeno. He aquí la lección que hemos de extraer del siglo XX desde la óptica de la historia de las civilizaciones. No se ha reparado en el hecho de que los modernos han retomado la cultura griega del combate y han vuelto a repetir sus Juegos Olímpicos. Allí donde está lo importante, nos topamos con el regreso de la arena romana y con la progresiva transformación de la sociedad contemporánea en un espectáculo entre bastidores para el nuevo teatro de la crueldad (...) La industria cultural romana giraba en torno a imágenes crueles del circo; podría decirse que sus artículos fundamentales eran snuff movies live. No se ha prestado suficiente atención al hecho de que el símbolo más relevante y médium de la cultura de masas de la Antigüedad, a saber, la arena romana, sólo ha regresado en el siglo XX, y, en verdad, con unas connotaciones tanto arquitectónicas como dramatúrgicas. Si existieran junto a nuestros filólogos antiguos también gimnastas o gladiósofos de la Antigüedad, seguramente seríamos más conscientes del drama que ha tenido lugar en el transcurso del siglo XX. Desgraciadamente, sólo contamos con periodistas deportivos que por regla general no sospechan nada de lo que significan los juegos en los que ellos mismos están involucrados. De este modo, informan sobre los juegos de los que son espectadores, pero sin echar un vistazo en absoluto a la arena en la que ellos mismos actúan e influyen. Informando no hacen sino coadyuvar en la transformación de la sociedad en una arena general y virtual. Es en este terreno donde se alza una sociedad mediática totalitaria que arrastra gravitatoriamente todo al centro de la arena (...) Este diagnóstico va aún más lejos de lo que iban las ideas de Guy Debord en su análisis de la sociedad del espectáculo. Partiendo de los juegos de lucha con espadas que, en sus orígenes, tenían lugar en los rituales funerarios etruscos, los romanos ya habían organizado en torno al año 100 a.C. un tipo de industria incipiente de esta clase. De esta manera Roma se convirtió en un Hollywood de la crueldad. En la época de los emperadores, este sistema se expandió hasta constituir una Copa de Europa formal de la bestialidad, en la que los campeones nacionales de homicidio procedentes de todas las provincias del Imperio, y en todas las modalidades de armas, participaban a lo largo del Mediterráneo. Con el paso del tiempo el ritual siguió desarrollando sus tendencias estéticas primitivas en dirección al duelo de entretenimiento y al deporte de fascinación sangrienta. La antigua relación con los ritos funerarios alcanzó finalmente un sentido que a nadie pasaba por alto: el fin de los juegos no era otro que enviar al más allá a los perdedores que mordían el polvo (...) El sentido de todo ello se cifraba en producir vencedores con cuyo destino pudieran identificarse las masas deprimidas (...) Podríamos definir este sistema, con buenas razones, como un fascismo de entretenimiento (...) Los psicólogos sociales han formulado la hipótesis de que quien tiene el poder en estas arenas tiene el poder en el resto de la sociedad, una observación esclarecedora si pudiera justificarse. De ella se deduciría que sólo un fascismo de escape podría sojuzgar psicopolíticamente un fascismo real.

PETER SLOTERDIJK, El sol y la muerte. Ed. Siruela, 2004.