Una de las ironías de la Misión a Marte es la curiosa alianza que se ha forjado entre la aministración Bush y el extraño y subterráneo mundo de los obsesionados con Marte, entre los funcionarios de gobierno y los "nerds" de tiempo completo. Mucho antes de que el presidente anunciara la Visión, un puñado de astrónomos amateurs, fanáticos apocalípticos y fans de Babylon 5, habían estado avivando la idea de salvar el destino de la humanidad conquistando el Sistema Solar. Llegar a Marte, insistían, sería un monumento a la grandeza humana, un logro definitivo para la civilización. Su líder -el hombre que emergió como el más notorio vocero del presidente en el tema de la misión a Marte- es Bob Zubrin.
Zubrin es un obsesivo de nacimiento cuya carrera procede menos del diseño que de una serie de maniobras exitosas. En su adolescencia, inventó un juego de ajedrez para tres personas. A los 20, enseñó ciencia y matemática en escuelas públicas de Nueva York. En sus 30, de vuelta en la Universidad, se convirtió en ingeniero espacial y diseñó cohetes para el contratista de defensa Martín Marietta. En 1996, publicó un texto espantoso llamado El caso de Marte, en el que detalla sus planes para instalar una civilización en el planeta. "¿Elegimos realizar los esfuerzos necesarios para seguir siendo la vanguardia del progreso humano, gente del futuro?", escribió. "¿O nos permitimos ser gente del pasado, cuyos logros son celebrados sólo en los museos?". Sorprendentemente, el libro se transformó en un best-seller, y Zubrin capitalizó el interés fundando la Mars Society. Lo que el mundo necesitaba, decidió, era un terreno de pruebas, un lugar donde él y sus compañeros marcianistas pudieran vivir durante semanas simulando estar en el planeta rojo y conduciendo misiones científicas falsas en trajes espaciales, anotando cuidadosamente todo lo que habían consumido y cuántas veces habían utilizado el baño. En la afiebrada imaginación de Zubrin, sería una especie de proyecto científico de vanguardia que la NASA ni siquiera había comenzado a planear. Entonces, Zubrin recaudó un millón de dólares entre sus amigos locos por Marte y construyó un Marte en la Tierra. El plan suponía instalar una estación habitacional marciana en Devin Island, en el Artico canadiense, donde el clima y la topografía se aproximan a los de Marte. En 2000, Zubrin organizó un envío de cuerpo de Marines de reserva para que llevaran los materiales de construcción al lugar escogido y contrató a un equipo de construcción canadiense para que lo armaran. Pero los encargados de llevarlo rompieron el material al descargarlo, y el equipo de construcción desertó. "Se estaba convirtiendo todo en un verdadero desastre", recuerda Zubrin.
Entonces, con el breve verano ártico llegando pronto a su fin, un miembro de la Mars Society llamado Schubert se puso al mando. Reunió a un equipo de adolescentes inuit de una ciudad cercana para construir la estación. Increíblemente, el plan funcionó, y la estación está llena de miembros de la Sociedad desde entonces. El proyecto ha sido tan exitoso que la NASA ha enviado científicos y astronautas al Marte en la Tierra porque ofrece el paisaje más aproximado al verdadero Marte. Zubrin ha consultado a varios viejos oficiales de la NASA, y los ingenieros de la agencia se toman sus cálculos en serio. Cuando uno le habla a las personas involucradas en la misión acerca de las posibilidades de llegar a Marte, todos nombran a Zubrin.
"Lo que hizo la Visión es maravilloso", dice Zubrin. "Hace un año yo me debatía sobre cuál era el mejor modo de llegar a Marte frente a una docena de estudiantes graduados. Ahora estoy prestando testimonio frente al Congreso. Estamos mucho más cerca que antes de nuestro objetivo: llevar adelante los primeros pasos para extender la civilización humana hacia otros planetas."
Benjamín Wallace-Wells, Marte o muerte. Revista Rolling Stone 97, abril 2006.