jueves, abril 27, 2006

DOS PRISIONES DOS

La serie de detenciones de Sade comenzó en 1763 (tenía veintitrés años) y terminó con su muerte en 1814. Esta detención casi ininterrumpida recubre todo el final del antiguo régimen, la crisis revolucionaria y el Imperio; en resumen, franquea la enorme mutación llevada a cabo por la Francia moderna. De allí es fácil acusar, más allá de los muy diversos regímenes que encerraron al Marqués, a una entidad superior, una esencia inalterable de represión (gobierno o Estado), que se habría enfrentado, a través de Sade, a una esencia simétrica de Inmortalidad y Subversión: Sade sería el héroe ejemplar de un conflicto eterno: menos ciego (¿pero acaso no eran burgueses elllos mismos?), Michelet y Hugo habrían podido celebrar en él el destino de un mártir de la Libertad. Contra esa imagen fácil, conviene recordar que las detenciones de Sade fueron históricas, que recibieron su sentido de la Historia que se hacía, y como esa Historia fue precisamente la de una mutación social, hubo, en el encierro de Sade, al menos dos determinaciones sucesivas y diferentes, y, para hablar genéricamente, dos prisiones. La primera (Vincennes, la Bastilla, hasta la liberación de Sade por la Revolución naciente) no fue un acto de justicia. Aunque Sade hubiese sido juzgado y condenado a muerte por el parlamento de Aix debido a la sodomía (caso de Marbella), si se lo detuvo en 1778, en la calle Jacob, después de años de huída y de retornos más o menos clandestinos a La Coste, fue bajo el efecto de una orden del rey (emitida por instigación de la presidenta de Montreuil); retirada la acusación de sodomía y anulada la sentencia, independiente de la sentencia de casación, persistía; y si fue liberado, ello se debió a que las órdenes del rey fueron abolidas en 1790 por la Constituyente; a partir de allí, es fácil comprender que la primera prisión de Sade no tuvo significación penal y, para decirlo todo, moral; ella aspiraba esencialmente a preservar el honor de la familia Sade-Montreuil de las calaveradas del Marqués; en Sade se discriminaba un individuo libertino, al que se "reprimía", y una esencia familiar, que se preservaba; el contexto de este primer encierro es feudal; es la estirpe la que manda, no las costumbres; el rey, dispensador de la orden, no es aquí más que el relevo de la gens. Muy distinta es la segunda prisión de Sade (de 1801 a su muerte: en Saint-Pelagie, Bicetre y Charenton); la Familia ha desaparecido, es el Estado burgués el que gobierna, es él (y no ya una suegra prudente) quien hace encerrar a Sade (por lo demás, sin más juicio que la primera vez) por haber escrito libros infames. Se establece una confusión (bajo la cual seguimos viviendo) entre lo moral y lo político (cuya sanción, siempre fatal, conocemos), que contaba entre los enemigos del pueblo a "los individuos que buscan pervertir las costumbres"; continuó a través del discurso jacobino (...) luego por medio del discurso republicano: y por último, más allá de la muerte de Sade, por el discurso burgués (Royer-Collard, Jules Janin). La segunda prisión de Sade (dentro de la cual está todavía, ya que sus libros no son vendidos libremente) no es ya el acto de una familia que se defiende, sino de una completa maquinaria estatal (justicia, enseñanza, prensa, crítica) que, desfalleciente la Iglesia, censura las costumbres y regla la producción literaria. La primera detención de Sade fue segregativa (cínica); la segunda fue (sigue siendo) penal, moral; la primera provenía de una práctica, la segunda de una ideología; la prueba de ello está en que, para encerrar a Sade, fue necesario la segunda vez movilizar una filosofía del sujeto, fundada enteramente sobre la norma y la infracción: Sade fue encerrado como loco por haber escrito libros.

ROLAND BARTHES, Sade, Loyola, Fourier. Ed. Monte Avila, 1977.