No pocos autores de este siglo, incluso algunos de primera fila, han valorado la entrada en escena de las masas en la historia como el signo de nuestros tiempos. Una percepción obtenida gracias a los buenos diagnósticos apoyados a su vez por el proyecto filosófico más sugerente concebido durante los últimos siglos. Lo que Hegel había presentado como su programa lógico -que la sustancia se desarrollara como sujeto- se revelaba al mismo tiempo como la divisa más poderosa de una época que, a primera vista, todavía parece seguir siendo la nuestra: el desarrollo de la masa como sujeto. Será esta máxima la que determine el contenido político del posible proyecto de la Modernidad. En este contexto tienen su origen las ideas que han dirigido el comportamiento de la época de los nacionalismos -nuestro pasado-, pero también de la era socialdemócrata (...) Para ambas épocas resulta legítima la preocupación de que todo poder y las formas legítimas de expresión proceden de las mayorías.
Cuando la masa deviene sujeto y llega a dotarse de una voluntad y de una historia, cabe atisbar el fin de la época de la altivez idealista, ese mundo en el que la forma creía poder organizar la materia amorfa según sus propios deseos. Tan pronto como la masa se considera capaz de acceder al estatuto de una subjetividad o de una soberanía propias, los privilegios metafísicos de señorío, voluntad, saber y alma invaden lo que otrora no parecía ser otra cosa que mera materia, confiriendo a la parte sometida e ignorada las exigencias de dignidad características de la otra parte. El gran tema de la Edad Moderna, la emancipación, penetra así en todo lo que en las viejas lógicas y situaciones de dominio respondía a lo más bajo y ajeno, esa materia natural apenas distinta de la turba humana (...) Ahora bien, el simple hecho de que esta turba moderna, activada y subjetivada siga llamándose, no sin cierto empecinamiento, "masa" tanto por sus abogados como por sus detractores, ya nos indica que el ascenso de la gran mayoría al estado de soberanía puede ser percibido como un proyecto incompleto, tal vez inconcluso. Este desarrollo de la sustancia como sujeto va a cumplirse con más facilidad en la prosa hegeliana que en las calles y suburbios de las metrópolis modernas.
Entre los grandes autores de la Modernidad hay sólo uno que ha dirigido su punto de mira al auge de la masa y su irrupción en la historia sin recaer en las glorificaciones filosóficas del progresismo o en las supersticiones de su ascenso propias de la juventud hegeliana. Estoy hablando de Elías Canetti, a quien se le podría calificar como un anarquista del pensamiento antropológico. En efecto, a él se ha de agradecer el libro de antropología social más acerado e ideológicamente fecundo del siglo XX; a saber, Masa y poder, una obra que cuando apareció en 1960 no sólo no fue bien recibida, sino despreciada y ninguneada por la mayoría de los sociólogos y filósofos sociales. La razón de ello estriba en su negativa a realizar la función desempeñada casi sin excepción por los sociólogos ex officio; la adulación, bajo formas de crítica, de la sociedad actual, ese objeto que a la vez actúa como posible cliente. La fuerza de Canetti reside en esta inflexible falta de condescendencia, apoyada en su capacidad de evocar de manera constante sus experiencias decisivas de la sociedad como poderosa masa en acción a lo largo de varias décadas (...) en esta obra se va a poner de manifiesto más que en ninguna otra el tema psicológico-social fundamental del siglo XX: el poder que posee la maldad y la falsedad a la hora de arrastrar. Sin esta formulación, apenas se pueden enunciar los posibles riesgos derivados de la pertenencia esencial a la masa. "De repente, todo está repleto de hombres" (...) no se me escapa que esta expresión canettiana no es del todo actual, dado que hace referencia a una fase de la modernización social en el que el nuevo sujeto masificado, llámese pueblo, populacho, proletariado u opinión pública, todavía se podía congregar ante una determinada situación de interés y hacer su aparición como una multitud consciente de su presencia... Si nosotros apreciamos en sus análisis algún aspecto que no se corresponde con ciertos rasgos contemporáneos (...) es que en nuestro presente ha tenido lugar una transformación radical de las sociedades modernas que ha modificado de raíz su situación agregada como mayoría organizada. En lo esencial, las masas actuales han dejado de ser masas capaces de reunirse en tumultos; han entrado en un régimen en el que su propiedad de masa ya no se expresa de manera adecuada en la asamblea física, sino en la participación en programas relacionados con medios de comunicación masivos. De la masa tumultuosa hemos pasado a una masa involucrada en programas generales... En ella uno es masa en tanto individuo. Ahora se es masa sin ver a los otros. El resultado de todo ello es que las sociedades actuales , posmodernas, han dejado de orientarse a sí mismas de manera inmediata por experiencias corporales: sólo se perciben a sí mismas a través de símbolos mediáticos de masas, discursos, modas, programas y personalidades famosas. Es en este punto donde el individualismo de masas propio de nuestra época tiene su fundamento sistémico (...) Aquí siempre nos topamos con individuos desgarrados del cuerpo colectivo y cercados por los campos de fuerza de los medios de comunicación en una situación de pluralidad que permanece fuera del alcance de cualquier mirada. Individuos que, en su "desamparo organizado", forman la materia prima de todo experimento pasado y futuro de dominio totalitario y mediático.
PETER SLOTERDIJK, El desprecio de las masas. Ed. Pre-textos, 2002.