martes, abril 11, 2006

AURORA

Más allá de su declarado interés por el armamento meteorológico, los Estados Unidos trabajan desde 1993 en el programa experimental Aurora, el High-frequency Active Auroral Research Programm, HAARP, del que podrían derivarse las condiciones científicas y tecnológicas para un potencial armamentístico a través de super-ondas. Los abogados del proyecto ponen de manifiesto su carácter civil, algo así como su posible idoneidad para volver a reconstruir la defectuosa capa de ozono o tomar medidas preventivas contra la aparición de ciclones, mientras que sus -todavía no muy numerosos- críticos advierten en tales informaciones el típico camuflaje de los planes militares llevado a cabo por altas esferas encargadas de velar secretos de Estado. El proyecto HAARP se asienta sobre un monumental plan de investigación, emplazado en Gacona, centro-sur de Alaska, aproximadamente 300 km al nordeste de Anchorage, compuesto de un gran número de antenas capaces de generar campos electromagnéticos con un alto rendimiento de energía y de emitir rayos a la ionosfera. Su efecto reflector y de resonancia ha de ser utilizado para enfocar estos campos de energía sobre puntos discrecionales ubicados en la superficie terrestre. Con las emisiones procedentes de estos rayos se podría construir una artillería de efectos energéticos casi ilimitados. Las condiciones técnicas de este plan se remontan a las ideas del inventor Nicolás Tesla (1856-1943), quien ya en torno a 1940 había llamado la atención al gobierno norteamericano sobre las posibilidades militares de un arma tele-energética. Un sistema de este tipo sería hipotéticamente capaz de producir poderosas consecuencias físicas, incluso hasta el punto de solucionar catástrofes climáticas o terremotos en zonas elegidas a tal fin. Algunos observadores han puesto difusamente en relación algunas tempestades de nieve y niebla aparecidas en Arizona, así como otros fenómenos meteorológicos no aclarados, con los experimentos realizados en Alaska. Pero habida cuenta de que las ondas ELF (Extremely Low Frequencies), u ondas-infrasonido, no sólo tienen influencia en la materia inorgánica, sino también en organismos vivos, en particular en el cerebro humano, que funciona en ámbitos de frecuencia más profundos, cabe deducir de estos datos del plan HAARP unas perspectivas encaminadas a la producción de un arma neurotelepática, que podría desestabilizar a poblaciones humanas enteras mediante ataques a distancia dirigidos a sus funciones cerebrales. Se comprende de suyo que un arma de este tipo sólo puede ser concebida, incluso en el mero terreno especulativo, siempre y cuando el desnivel moral entre los cerebros que la desarrollan y los cerebros que han de ser combatidos por las ondas ELF aparezca con una nitidez total en el presente y pueda ser mantenida de manera estable en el futuro. Aun cuando no se trate de un arma letal, se trata de un arma que no es susceptible de ser dirigida más que contra lo extraño sin más o el mal absoluto, amén de sus respectivas encarnaciones humanas. No hay que descartar, sin embargo que el efecto colateral de tales empresas encaminadas a la investigación termine acarreando per se complicaciones morales que para la apreciación de un desnivel de este tenor pueden llegar a ser lamentables. Si la distinción entre cerebros canallas y cerebros no canallas resulta problemática, producir un arma mediante ondas contra una facción de esta diferencia -como ya sucedió con las armas atómicas- podría tener consecuencias autorreferencialmente funestas también en el otro lado.
Alguien podría tildar la referencia a estas perspectivas de surrealista; pero no es más surrealista de lo que habrían sido los anuncios de un arma compuesta de gas antes de 1915 y de una bomba atómica antes de 1945. La mayoría de los hombres del hemisferio occidental, antes de que hubiera sido demostrado por los propios hechos, habrían calificado el desarrollo de las armas nucleares como una suerte de ocultismo disfrazado bajo la máscara de la ciencia natural, y habrían negado que esta posibilidad cobrara algún día visos de realidad. El efecto surreal de lo real antes de su proclama es uno de los efectos secundarios de la explicación anticipadora, que desde sus inicios divide las sociedades en dos: por un parte, un pequeño grupo de personas que, como pensadores, operarios y víctimas, toman parte en la emergencia de lo explícito; por otra, un grupo, de lejos más numeroso, que persevera en el punto de vista del derecho existencial a lo implícito ante eventum, y reacciona en cualquier caso retrospectiva y puntualmente a las explicaciones dadas. La histeria de la opinión pública es la respuesta democrática al carácter incontestable de la explicitud.
La estancia cotidiana en la latencia se vuelve cada vez más inquietante. Dos tipos de durmientes entran entonces en escena: los soñadores en el marco de lo implícito, que siguen buscando refugio en la ignorancia, y los durmientes en lo explícito, que son conscientes de lo que se juega en el frente mientras aguardan la orden de atacar. La explicación atmoterrorista separa violentamente las conciencias dentro de una y única población cultural (llámese nación o pueblo, esto es, en el fondo indiferente) hasta el extremo de que ellas, de facto, dejan de vivir ya en un mismo mundo y sólo forman, a la vista del modelo civil estatal, una sociedad común. Ella convierte a unos en colaboradores de la explicación y, en esa medida (en sectores constantemente cambiantes en el frente), en agentes de un terror estructural -aun cuando sólo raras veces real- contra las condiciones naturales y culturales relativas al contexto, mientras que los otros -transformados en aborígenes internos, regionalistas y curadores voluntarios de la propia intempestividad- cuidan en reservas, al margen de hechos positivos, la ventaja de poder seguir aferrándose a las imágenes del mundo y a las condiciones simbólicas inmunizadoras de la época de la latencia.

PETER SLOTERDIJK, Temblores de aire. En las fuentes del terror. Ed. Pre-textos, 2003.