CARSON CITY
El año 1924 desempeña en el drama de la explicación atmoterrorista un papel decisivo no sólo a raíz de la fundación en Hamburgo de la firma Tersch & Stabenow y su Ciclón-B; también es el año en el que se introduce en el Derecho Penal de una entidad estatal democrática el motivo atmoterrorista del exterminio de organismos mediante la intensa destrucción de su medio ambiente. El 8 de febrero de 1924, el Estado norteamericano de Nevada puso en marcha la primera cámara de gas "civil" con vistas a la aplicación supuestamente más eficiente de ejecuciones humanas, encarnando así el modelo ideal para otros once Estados más del país, entre los que destacará el de California, conocido por su cámara de gas en la prisión estatal de San Quintín (en forma de cripta, octogonal, y dividida en dos zonas), amén de célebre por el eventual ajusticiamiento por medio de gas letal de Cheryl Chessman el 2 de mayo de 1960. Los fundamentos jurídicos para estos nuevos métodos de ejecución ya habían sido aprobados por el Parlamento de Nevada en el mes de marzo de 1921. El primer ejecutado conforme a los nuevos métodos fue el ciudadano chino de 29 años Gee Jon, quien, bajo el telón de fondo de las guerras de bandas en California a comienzos de los años 20, fue sentenciado culpable por el homicidio del también chino Tom Quong Kee. En estas cámaras de gas americanas los individuos alcanzaban la muerte al inhalar los vapores procedentes del ácido cianhídrico, los cuales eran desarrollados en un envase tras añadirle componentes tóxicos. Tal y como la investigación químicobélica había comprobado ya en el laboratorio y el campo de batalla, el gas obstaculiza la marcha del oxígeno en la sangre y conduce a la asfixia del sujeto. En este clima proclive a la moral instrumental, la comunidad internacional de expertos en gas tóxico y diseño de atmósferas, a partir de los últimos años de la Primera Guerra Mundial, no pudo por menos de ser sensible en un lapso muy breve de tiempo, tanto en un lado del Atlántico como en el otro, a las novedades introducidas por la técnica y sus variaciones. Desde que se construyó el arsenal Edgewood, cerca de Baltimore, una enorme instalación dedicada a la investigación bélica, que desde la entrada en la guerra de 1917 contaba con enormes medios, los Estados Unidos disponían de un complejo propio capaz de permitir sucesivas cooperaciones entre diversos organismos -a la vez industriales, militares y académicos- orientados al desarrollo armamentístico, tal como ya los conocían las correspondientes instituciones europeas. De este modo, Edgewood fue uno de los lugares donde surgieron los teamworks: su mayor exponente a lo sumo es el dream team del Laboratorio Nacional de Los Álamos, que desde el año 1943, en calidad de campo de meditación del exterminismo, se enfrascó denodadamente en la creación de armas nucleares. Por otro lado, a tenor del declive de la coyuntura bélica surgida a partir de 1918, lo que también realmente importaba a estos equipos de Edgewood, compuestos de científicos, oficiales y empresarios, era cambiar la mirada y orientar la investigación en busca de formas de supervivencia civil. D.A. Turner, el inventor de la cámara de gas en la prisión estatal de Nevada, sita en Carson City, había prestado servicio durante la guerra como comandante del Cuerpo de Médicos de la Armada de Estados Unidos; su misión consistía básicamente en extrapolar sus experiencias militares con el uso del ácido cianhídrico a las condiciones de ejecución civil. En contraposición a su utilización al aire libre, el empleo del gas tóxico dentro de una cámara ofrecía además la ventaja de solucionar el problema de la concentración de la mortalidad sobre el terreno. De este modo, una vez que el diseño del aparato y de la cámara de gas correspondiente entró en escena, el diseño de nubes tóxicas quedó relegado a un segundo plano (...) Lo que asegura a la justicia de Nevada un lugar de privilegio en la historia de la explicación de la atmodependencia humana es su sensibilidad -vanguardista y no exenta de sangre fría- a las modernas cualidades de la muerte por gas letal. Como rasgo moderno puede valer en este terreno aquello que promete relacionar una alta eficiencia con el sentimiento de humanidad, también, dado el caso, con la hipotética disminución del sufrimiento en los delincuentes en virtud de un inmediato efecto tóxico. De manera harto significativa, el comandante Turner ya había recomendado la utilización de su cámara de gas como una alternativa menos violenta a la ya previamente conocida silla eléctrica, en la que potentes choques eléctricos podían pulverizar los cerebros de los delincuentes bajo una corona metálica estrechamente ajustada. Esta idea de la ejecución con gas letal no sólo deja entrever la importancia de la guerra como factor tendente a explicitar fenómenos; el mismo efecto se desprende igualmente con bastante frecuencia de ese humanismo, tan transitado desde la mitad del siglo XIX, que conforma la filosofía espontánea norteamericana, y cuya versión académica ha llegado a ser el pragmatismo (...) la idea de que la muerte por gas letal constituye un procedimiento práctico a la vez que humano seguirá todavía teniendo visos de legitimidad desde el punto de vista oficial durante algún tiempo más; en este sentido, la cámara de gas de Nevada no fue sino el lugar de culto del humanismo pragmático. Su instalación fue dictada por una ley sentimental de la Modernidad, la que prescribe preservar el espacio público de los actos manifiestos de auténtica crueldad (...) Si de lo que se trata es de pensar el hecho de dar muerte como un tipo de producción en sentido estricto, por tanto como un modo de explicitar los procedimientos que se ocupan a primera vista de los cadáveres, la cámara de gas de Nevada representa, por mucho que su uso haya sido seguido e imitado esporádicamente en numerosos otros Estados de EE.UU (la cámara de Carson City fue utilizada entre 1924 y 1979 en 32 ocasiones), uno de los jalones más significativos del exterminismo racional del siglo XX. En el año 1927, en el preciso momento en que Heidegger hablaba en Ser y Tiempo con todo tipo de detalles ontológicos fundamentales de la referencia existencial del ser-para-la-muerte, los funcionarios y médicos norteamericanos encargados de impartir justicia y los asistentes a las ejecuciones ya ponían en marcha un aparato capaz de convertir el respirar-para-la-muerte en un procedimiento ónticamente controlado. Ya no se trataba de "ir al encuentro" de la propia muerte, sino más bien de quedar como clavado en casos de aire letal.
PETER SLOTERDIJK, Temblores de aire. En las fuentes del terror. Ed. Pre-textos, 2003.