viernes, abril 28, 2006

MACEDONIO

Es una suerte que fuera Macedonio Fernández el que estuviera en el puerto de Buenos Aires en 1921, cuando Borges y su familia volvieron de su primera estadía en Europa. Borges venía de España, donde su maestro madrileño, Rafael Cansinos Assens, lo había persuadido de que ser vanguardista era ser acaudalado y que el secreto de todo artista era la multiplicación (de sinónimos, de metáforas, de operaciones retóricas, de lenguas, de literatura). Macedonio fue el mejor antídoto contra ese fervor de la abundancia. Tenía el humor zumbón de Mark Twain y la seca velocidad intelectual de Paul Valéry; vivía en pensiones; podía quedarse horas quieto, envuelto en un sobretodo, sin hablar, y de golpe lanzar una idea deslumbrante y atribuírsela a su interlocutor, que a duras penas estaba en condiciones de pensarla. Era anarquista; descreía de la palabra escrita: su obra se olvidaba y extraviaba cada vez que cambiaba de pensión. Era un artista de la pérdida, del ayuno y del hambre. Era cortés, maliciosamente epigramático. "No soy un lector de ruidos", dijo una vez a propósito de Lugones y de Rubén Darío. (Si los demás se reían Macedonio se incomodaba: él sólo estaba pensando en voz alta.) Borges le fue un día con Victor Hugo, a quien admiraba; "Salí de ahí con ese gallego insoportable. El lector ya se fue y él sigue hablando", le dijo. "Le gustaba hablar de las cosas, no ejecutarlas", escribió Borges. Cultivaba la inacción, la ineficacia, el inacabamiento, formas irónicas de la negatividad que elevaba a una categoría estética. Situacionista antes de tiempo, solía instigar a Norah, la hermana de Borges, a que con sus amigas escribiera su nombre en papelitos y los dejara olvidados en la calle, en los vestíbulos de los cines, en las confiterías. "Durante un año o dos", escribió Borges, "jugó con el vasto y vago proyecto de ser Presidente de la República." De esos golpes de Estado mentales surgió el proyecto de una novela fantástica, El hombre que será Presidente, cuyos dos primeros (y únicos) capítulos redactaron juntos. Mucho de Macedonio Fernández -un mesianismo discreto, una pasión por la gratuidad, los goces de la defección- sobrevive en los personajes de sabios idiotas que a menudo protagonizan las mejores ficciones de Borges.

ALAN PAULS, El factor Borges. Ed. Anagrama, 2004.