Muchos de nosotros nos hemos acostumbrado a leer la Biblia "como si fuera literatura" cosa que resulta inaceptable para los judíos confiados y los cristianos creyentes. Y yo aquí quiero presentar el Corán "como literatura", cosa aún más inaceptable para los musulmanes fieles. Sin embargo, los mismos musulmanes hablan del "glorioso Corán" en lugar del "sagrado Corán", así sea porque consideran que el Corán no fue creado porque se trata literalmente de la palabra de Dios. Es tan elocuente como la Biblia hebrea y tan conmovedor como el Evangelio según San Marcos, pero ninguna de aquellas escrituras depende tanto de la autoridad de la voz de Dios como el Corán (...) Para empezar a oír la voz que ha convertido y alimentado a cientos de millones que a lo largo de los últimos trece siglos se han convertido al Islam o se han mantenido allí, el lector debe insistir, dejando a un lado las repeticiones y las oscuridades (...) El Corán es el mejor ejemplo que conozco de lo que he llamado durante el último cuarto de siglo "la angustia de la influencia". Que Mahoma era un profeta poderoso, nadie lo pone en duda; pero en el Corán es evidente una lucha colosal con la Torá y con las adiciones rabínicas a los Cinco Libros de Moisés. La expresión "El pueblo del Libro" se refiere, en el Corán, tanto a los judíos como a los cristianos (...) Para Mahoma, Jesús es un profeta más de la estirpe que empieza con Adán y que termina con él mismo, y sin embargo Jesús es también algo más que un profeta pero algo menos que el Hijo de Dios. El Corán acepta la Inmaculada Concepción y considera que Jesús es el legítimo Mesías judío, que no obstante es considerado como otra reafirmación de la religión de Abraham. El golpe más osado del Corán en su batalla con la Torá es la insistencia en que Abraham no era judío ni cristiano sino la primera instancia del Islam, de la sumisión "al Dios", Alá. Con este acto interpretativo Mahoma subsume la historia sagrada del pueblo judío y le confiere a Ismael, el hijo árabe de Abraham, la misma autoridad que a Isaac y Jacob, los cuales son considerados hijos de Abraham en el Corán. Lo que Mahoma busca, como profeta reformista, es vencer el paganismo en su nativa Meca y las que él considera desviaciones de la fe pura de Abraham e Ismael, representadas en el judaísmo rabínico de Arabia y en el cristianismo que prefirió a San Pablo sobre Santiago el Justo de Jerusalén.
Esta lucha para reclamar a Abraham es el corazón del Corán -que identifica a Abraham con la autoridad espiritual y a Mahoma con ambos- y en ella reside su fortaleza. Mucho más que la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento griego, el Corán árabe hace énfasis en la autoridad como su principio conductor. Tanto en la Biblia como en el Nuevo Testamento hay elementos polémicos, pero todo el Corán es una polémica feroz (...) El tono polémico del Corán no enturbia su prosa poética pero indudablemente explica la impresión inicial de muchos lectores no musulmanes, de que la espiritualidad del libro es menos profunda que la de las Escrituras que quiere emular y reemplazar. El recital de Mahoma casi nunca deja de ser belicoso y en este aspecto retórico se asemeja a las tonalidades de los rollos del mar Muerto, en los que los miembros de la Alianza parecen estar en continua resistencia contra el resto del mundo. Es posible que el Profeta del Islam nunca haya logrado sobreponerse a la impresión y la furia que le causó que los judíos de Arabia se negaran a aceptarlo como el apóstol de Dios prometido en sus propios textos y tradiciones orales. Los judíos se sienten necesariamente incómodos leyendo el Nuevo Testamento, en particular el Evangelio según San Juan, pero se sienten igualmente ansiosos con los relatos del Corán que hablan de lo que Mahoma consideraba la hipocresía y la traición de los judíos en relación con su propia misión. Su desolación es comprensible porque la visión del Corán de la sumisión a Dios es mucho más herética desde la perspectiva del cristianismo paulino que desde la perspectiva de la religión judía arcaica. El Corán no tiene mucho que ver con el Talmud, pero a mí me resulta muy convincente como interpretación de los patriarcas y profetas hebreos.
HAROLD BLOOM, Genios. Ed. Norma, 2005.