Donde nos encontramos los unos con los otros es en las encrucijadas. En ellas nos hemos congregado ya a menudo. En ellas cada uno de los puntos adquiere significado -tanto si se le presta atención como si no. Hacia atrás los recuerdos comunes llegan muy lejos, llegan hasta el mundo inanimado -y aún más allá. El dolor es su umbral, y el instante de felicidad, su estadio previo. Si en esos recuerdos hay un texto, entonces hasta ahora hemos leído tan sólo sus páginas borradas.
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"El camino es más importante que la meta." Eso no quiere decir que la meta carezca de importancia, significa tan sólo que desde ella no es posible enjuiciar el camino. Este contiene más cosas que las que han sido alcanzadas -por ejemplo, las posibles. Perdura un resto de tierra. De ahí tanto los estériles cálculos y recuentos a que se dedican los historiadores (las trasnochadas habladurías de la historia universal) como también la mirada restrospectiva que dirige la persona singular a la ocasión desaprovechada.
Si se la considera como una obra de arte, la biografía no ha menester de tales correcciones y justificaciones. En ese sentido es válida también la máxima que dice que la valoración moral resulta insuficiente. Esa valoración forma parte del ethos pedagógico que es propio de los poderes temporales y espirituales; y el arrepentimiento forma parte de la porción autodidáctica de la existencia. Dejando eso a un lado, la moral está sujeta a la moda; sobre ella actúan las épocas y los climas. Completa y segura es, en cambio, la absolución, pues se imparte al conjunto de la vida.
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Cuando un vocablo produce desasosiego es que constituye una advertencia, de una señal, más que un indicador de caminos. Parecida a los anillos que rodean a la piedra lanzada al agua, la señal se propaga en círculos. En los sitios donde la señal anuncia un peligro -como lo hace, por ejemplo, un semáforo en rojo en un cruce o el ligero malestar que sentimos en un órgano-, todo es posible. Muchas son las cosas que allí cabe aguardar y muchas también las que temer; a la postre, la muerte.
Todos los cambios van precedidos de advertencias, de señales. Antes de que el alud se precipitase montaña abajo desprendiéronse algunas piedras. Antes de que pudiera verse u oírse nada, la persona dotada de sensibilidad para el tiempo atmosférico había percibido ya la desgracia inminente. Tal vez fue que se volvió más nítido el panorama abarcado por sus ojos, o bien que los sonidos llegaban más lejos que de ordinario. Pero estas cosas eran únicamente aportaciones a la compenetración de la persona con el clima o consecuencias de ella.
La predicción no es aún una profecía, pues cabe confirmarla o rebatirla con mediciones. La predicción se mueve en el interior del calendario y del tiempo mensurable; el profeta, en cambio, no se rige por fechas, sino que es él quien las instaura. Eso sucede sin que él lo quiera o incluso contra su voluntad -sucede.
ERNST JÜNGER, La tijera. Ed. Tusquets, 1997.