martes, abril 11, 2006

LÓGICA POLIVALENTE Y COMPLEJIDAD

H.-J.H: Prigogine, en relación con la teoría de Bergson de la "evolución creadora" y la teoría de Whitehead acerca del "universo creativo", ha planteado la siguiente pregunta: ¿de qué forma pertenece el hombre al mundo? ¿No es ésta la cuestión filosófica por antonomasia?

P.SL: Bien, en Esferas I he postulado una crítica de la razón participativa. Puedo imaginarme que en la observación de Prigogine se esconde un impulso de este tipo. En el fondo de lo que se trata aquí es de reflexiones acerca del problema de cómo podría pensarse una gramática de situaciones comunes. Puesto que carecemos de modelos ya preparados y a nuestra disposición para solucionar este envite, preferimos hacer referencia a una analogía relativamente próxima, la de las religiones históricas. Los procesos de renacimiento transcurren por regla general de esta forma: nos remontamos a las viejas tradiciones, y uno se comporta como si encontrara la solución en la repetición de un modelo anterior: más allá de la cultura científica moderna se da un paso atrás a lo religioso. He de confesar que no creo que este gesto de "vuelta a" sea adecuado, no porque lo considere imposible o no simpatice con él, al contrario. Pero tengo otras ideas acerca de cómo ha de comprenderse la lógica de la regeneración o la integración.
Para esto es necesario distinguir entre la participación en la dimensión elemental y la necesidad de simplificación. En esta última lo importante es la reducción de la complejidad; esto es, aquí tiene lugar un tipo de defensa propia de la inteligencia que, a través de simplificaciones efectivas, restablece su capacidad de actuación a la vista de la impenetrabilidad de la situación, también al precio de una terrible simplificación que es de temer con toda razón. En las reducciones de la complejidad sólo cabe elegir entre lo terrible y lo no tan terrible del todo.
Parece que sucede algo completamente distinto cuando tiene lugar una participación en situaciones. Lo que aquí está en liza no es sino una participación en la complejidad como tal. Esta participación siempre está ya realizada para nosotros, es un dato originario, habida cuenta de que estamos "en el mundo" o en situaciones comunes. De esta manera partimos de la situación de nuestro estar implícito en la complejidad. Cuando se participa en el marco del elemento, uno está en el mundo como pez en el agua; sin embargo, aún cuando los términos "pez" y "agua" hacen referencia a enormes complejidades, el efecto de la participación no resulta a su vez problemático en absoluto. La participación en lo complejo es lo más sencillo, es la relación fundamental, y de ella hay que afirmar que no se puede realizar fuera del modo del estar-en-el-medio (...) Decisiva resulta aquí la referencia a la situación de estar-en-el-medio, el estar comprendido dentro de situaciones. Que uno está dentro y forma parte de ello: he aquí el apriori de la teoría del caos. Al fin y al cabo, no podemos vivir en ninguna otra parte que no sea el caos, en un caos compensado, eso sí, con ordenaciones. El estar-en-el-caos es lo más sencillo. Aquí la simplicidad equivale a un estar implícito. Es el punto de partida de todas las explicaciones o construcciones de complejidad teórica que han de "corresponder" a la complejidad del mundo (...) Los hombres, así pues, no pueden hacer otra cosa, que centrarse una y otra vez en ese su ser-estar-en-medio-de-algo, presuponiendo que ellos no están completamente al margen y que no sólo van dando tumbos hacia lo próximo a partir de un estado hipnótico. Esto es lo que quiero decir cuando utilizo la expresión "regeneración". Respeto, como es natural, que otros planteamientos vuelvan a apelar a un código religioso cuando hablan de regeneración, pero esto se debe y se puede expresar también de un modo distinto. La razón fundamental por la que yo desaconsejaría hablar de dioses y de su reintegración en el mundo moderno radica en que toda "vuelta a", a la luz de las experiencias realizadas con estos discursos, tiene muchas más consecuencias de lo que parece entre sus interlocutores y oyentes. En realidad, no son los dioses los que nos faltan, ellos no son más que grandes simplificadores; lo que falta es un arte del pensar que sirva para orientarnos en un mundo dotado de complejidad. Lo que falta es una lógica que fuera suficientemente poderosa y dúctil para empezar a acojer la complejidad, la ausencia de definición última y la inmersión. Quien busca esto ha de cambiar su lista de lecturas. En los últimos años he vuelto a estudiar por segunda vez la obra filosófica de Gotthard Günther. Desde entonces, tengo la impresión de que lo que importa para las culturas en general y para las subculturas científicas en particular es impulsar una revolución en el ámbito de la lógica polivalente, la que Gotthard Günther ya ha bosquejado. A mi modo de ver, con esto Günther ha perfilado los contornos de la nueva lógica de la edad posmetafísica, mostrando cómo puede uno escapar a los bastardos ideológicos que durante el siglo XIX han ocupado el lugar de la metafísica, esos sistemas de opinión pseudocientíficos y siniestros que han apoyado la fusión entre una seriedad brutal y una violencia revestida de humanismo como nunca antes en la historia de las ideas. Estas ideologías asesinas del siglo XX no son otra cosa, desde la perspectiva de Günther, que los juegos crepusculares de una convulsiva bivalencia, rechazos militantes de un pensamiento de la complejidad que ya se anuncia bajo formas muy distintas. No cabe duda de que hoy esto es absolutamente necesario, aun cuando hasta la fecha sólo existan desde el punto de vista operativo algunas propuestas más o menos sugerentes procedentes del campo de la cibernética, la teoría de sistemas o la bioinformática. Del lado de la filosofía, si no estoy desacertado, aparte de Deleuze, autor al que se tendrá que oír todavía mucho en el futuro, sólo Günther parece haber realmente derrumbado este muro de sonido. De él podemos aprender quizá cómo podría funcionar un pensamiento en el marco del tertium datur. Hasta ese momento, tendremos que equilibrar la bivalencia con una "razón irónica", para decirlo con Luhmann. Yo preferiría hablar a este respecto de inteligencia informal, toda vez que bajo este epígrafe se incluyen las filosofías poéticas y el pensamiento ligado a las obras artísticas.


PETER SLOTERDIJK-HANS HEINRICHS, El sol y la muerte. Ed. Siruela, 2004.