sábado, abril 22, 2006

EL ESTADISTA CRISTIANO

Quien se maraville del comportamiento del Gran Inquisidor preguntará tanto más por el sentido del suceso cuando se percate en toda su nitidez de lo decisivo: en el pensar y el obrar del viejo no hay huella alguna de perturbación u ofuscamiento, error o malentendido. Lo que Jesús había tomado como motivo de indulgencia para con sus crucificadores -"pues no saben lo que hacen"- no viene a cuento en el caso del eclesiástico. Él sabe lo que hace y lo sabe con una claridad apabullante (...) Así pues, si el Gran Inquisidor sabe lo que hace, entonces tiene que obrar forzosamente por razones de peso, razones que son suficientemente fuertes para conmover profundamente la creencia religiosa que él representa hacia el exterior (...) en su discurso se trata de la réplica del político al fundador de una religión; mirado algo más profundamente, es un arreglo de cuentas entre la antropología y la teología, la administración y la emancipación, la institución y el individuo.
Ya hemos oído el reproche principal contra el regresado: ha vuelto para "molestar". ¿En qué? El Inquisidor toma a mal en su Redentor el que haya regresado precisamente en el momento en el que la Iglesia católica, con la ayuda del terror de la Inquisición, estaba a punto de eliminar los últimos destellos de la libertad cristiana y ya casi podía mecerse en la creencia de haber completado su obra: el establecimiento de un sistema de dominio a través de la "verdadera religión" (...) ¿No había prometido Cristo que la verdad nos haría libres? Sin embargo, el Gran Inquisidor sabe penetrar en este engaño. Él se vanagloria de su realismo; como representante de una Iglesia victoriosa, reivindica para sí no sólo haber completado la obra de Jesús, sino incluso más: ¡haberla mejorado!.
Pues Jesús, así lo cree él, no ha aprendido a pensar políticamente y no ha comprendido lo que constituye, desde un punto de vista político, la naturaleza del ser humano, a saber, la necesidad de dominación. En la conversación del cardenal dostoiewskiano con su silencioso prisionero descubrimos uno de los orígenes del institucionalismo moderno, que en éste y quizá sólo en este punto confiesa públicamente su estructura fundamental cínica en una mentira consciente que se remite a la necesidad. Los poderosos desarrollan, según la profunda y vertiginosa reflexión dostoiewskiana, el siguiente cálculo:
Sólo unos pocos poseen el ánimo para la libertad que Jesús mostró cuando respondió a la pregunta del tentador en el desierto (¿por qué no transformas las piedras en pan en vez de morirte de hambre?) diciendo: "No sólo de pan vive el hombre". Sólo en algunos pocos existe la fuerza de vencer el hambre. Los más rechazarán en todos los tiempos en nombre del pan la oferta de la libertad. Dicho de otra forma: generalmente, los hombres se hallan a la búsqueda de exoneraciones, facilidades, comodidades, rutinas y seguridades. Los que detentan el poder pueden en todo momento estar tranquilos de que la gran mayoría de los humanos se horrorice de la libertad y no conozca un motivo más profundo que el de entregar su libertad, erigir alrededor suyo cárceles y postrarse ante ídolos antiguos y modernos (...) El Gran Inquisidor es un prototipo del político cínico moderno. Su amarga antropología le sugiere que el hombre quiere y tiene que ser engañado. El hombre necesita ordenamiento, éste necesita dominio y el dominio necesita la mentira. Quien quiera dominar tiene que hacer, consiguientemente, un uso consciente de la religión, del ideal, de la persecución y (en caso necesario) de la fuerza. Para él, todo se convierte en medio, incluso la esfera de los fines; el gran político moderno es el "instrumentalista" total y el disponedor de los valores.

PETER SLOTERDIJK, Crítica de la razón cínica. Ed. Taurus, 1989.