martes, mayo 23, 2006

AFRODITA - ISHTAR

La diosa más venerada en origen no es una madre, sino quien promueve y funda el ayuntamiento, un símbolo de voluptuosidad. Hay deidades de tipo materno, ciertamente, pero son diosas menores, que no suscitan tanta devoción popular. También hay deidades femeninas de la senectud, como Hécate, con escasos fieles igualmente. En su versión griega, esa diosa nace de un Cielo castrado por el Tiempo, cuyos genitales se mezclan con el mar océano. Llevados a la deriva, los restos formaron una blanca espuma -afros-, cada vez más densa, de la cual acabaría brotando una doncella que fue llamada por eso Afrodita. La parte inferior del cielo y la parte superior del mar habían producido un animal brillante y opaco a la vez, con el que amaneció la carne en su positividad inmediata, como vocación de goce.
Por donde iba pasando surgía la hierba, y el orden cósmico atribuyó a su persona el cuidado de los susurros, la risa y las chanzas. Era así Afrodita Pandemos, patrona de toda relación sexual, al mismo tiempo que Afrodita Urania, hija del propio Cielo, patrona del más puro conocimiento; no en vano decimos aún que los amantes se "conocen" al copular. Vestida por las Horas, esa doncella se personó en la asamblea de los inmortales y sedujo sin demora a todos los dioses: ni uno solo omitió ofrecerse como esposo perpetuo.
La carne es del sexo femenino -Innana, Astarté, Melita, Cali, Venus-, y guarda un parentesco no aclarado con Eros, un vástago de Tierra y Caos que no es del todo encarnación. La naturaleza de éste parece más bien masculina, aunque ambigua, y lo que en su contrapartida femenina es inclinación a conocerse con otro él lo expresa como agitación de todo lo quieto, como movimiento constante.
Pero la diosa del amor no se repartió por igual a lo largo de las eras. Primero se derramó generosamente en la ciudad de Uruk, hace unos cincuenta siglos. Allí, celebrada con el nombre de Ishtar, impuso una sociedad que el cronista describe con trazos vivos:
Donde la gente bulle en atavíos de fiesta
y todos los días son feriados;
donde muchachos y mujeres de placer pasean su desnudez
llena de perfume. ¡Gobiernan a los grandes desde sus lechos!

Efebos y rameras, bullicioso mercado, festejo cotidiano en oasis que se ensanchan a costa de la inmensidad arenosa, muy poco a poco, con acequias delgadas como venas para nutrir sus huertas. En el centro del oasis más floreciente una fortaleza de arcillosos muros, y dentro de ella una multitud que se aprieta sin esfuerzo, fascinada ante la perspectiva de ver y hasta oler el rastro de cuerpos venerables, capaces de gobernar a los poderosos desde sus lechos. Por lo que respecta a la diosa de la carne, a Ishtar, dice el mitógrafo que :
Todos se inclinan ante ella, mortales e inmortales;
su palabra es suprema entre los dioses, su visión crea júbilo.
Está vestida de placer y amor,
rebosante de fibra, de encanto y voluptuosidad.
Es dulce en los labios; la vida está en su boca.
Es glorioso su aspecto, su cuerpo es bello, brillan sus ojos.
Reina de las mujeres, protectora de su estirpe,
sea una esclava, una doncella o una madre.


ANTONIO ESCOHOTADO, Rameras y esposas. Ed. Anagrama, 1993.