lunes, mayo 08, 2006

DE LA GUERRA

Es deber intelectual proclamar la imposibilidad de la guerra. Aunque no hubiera solución posible. A lo sumo, recordar que nuestro siglo ha conocido una excelente alternativa a la guerra, es decir, la guerra "fría". Ocasión de horrores, injusticias, intolerancias, conflictos locales, terror difuso, la historia al final deberá admitir que ha sido una solución muy humana y porcentualmente blanda, que ha visto incluso vencedores y vencidos. Pero no es competencia de la función intelectual declarar guerras frías.
Lo que algunos han interpretado como el silencio de los intelectuales sobre la guerra ha sido, quizá, el temor de hablar de ella en caliente a través de los medios de comunicación, por el simple hecho de que los medios de comunicación forman parte de la guerra y de sus instrumentos, y, por lo tanto, es peligroso considerarlos territorio neutral. Además, los medios de comunicación tienen tiempos diferentes de los de la reflexión. La función intelectual se ejerce siempre con adelanto (sobre lo que podría suceder) o con retraso (sobre lo que ha sucedido); raramente sobre lo que está sucediendo, por razones de ritmo, porque los acontecimientos son siempre más rápidos y acuciantes que la reflexión sobre los acontecimientos. Por eso Cosimo Piovasco di Rondó vivía encaramado a los árboles: no para sustraerse al deber intelectual de entender el propio tiempo y participar en él, sino para entenderlo y participar mejor.
Ahora bien, aun cuando elige espacios de silencio táctico, la reflexión sobre la guerra requiere al fin que este silencio se manifieste en voz alta. Con la conciencia de las contradicciones de una proclamación del silencio, del poder persuasivo de un acto de impotencia, del hecho de que el ejercicio de la reflexión no exime de la asunción de responsabilidades individuales. Pero el primer deber es decir que la guerra hoy anula toda iniciativa humana, e incluso que su misma finalidad aparente (y la victoria aparente de alguien) no puede detener el juego, a estas alturas autónomo, de pesos enredados en su misma red. Porque un peso "cuando es un peso, pende, y lo que pende depende... y aun quiere bajar, porque el próximo punto supera por lo bajo al que cada vez suspende... El peso no puede ser persuadido" (Michelstaedter).
Este descenso no puede justificarse, porque -en términos de derechos de la especie- es peor que un delito: es un despilfarro inútil.

UMBERTO ECO, Cinco escritos morales. Ed. Lumen, 1998.