miércoles, mayo 10, 2006

BENJAMIN (1892-1940)

Según Goethe, la primera de todas las cualidades es la atención. Sin embargo, ésta comparte su primacía con la costumbre, que le disputa el terreno desde el primer día. Toda atención debe desembocar en costumbre para no hacer estallar al hombre, toda costumbre debe ser alterada por la atención para no paralizarlo. La atención y el acostumbramiento, el escandalizarse y el aceptar, son la cresta y el valle de la ola en el mar del espíritu. Pero este mar tiene sus momentos de calma. No caben dudas de que alguien que se concentra totalmente en un pensamiento tortuoso, en un dolor y sus puntadas, puede caer en manos de un sonido débil, de un murmullo, del vuelo de un insecto que un oído más atento y más fino tal vez ni siquiera hubiera percibido. El espíritu, así se cree, se deja distraer más fácilmente cuanto más concentrado esté. Pero esta escucha atenta ¿no es más bien el despliegue extremo de la atención y no su pérdida, no es el momento en que de su seno parte la costumbre? Este silbido o zumbido es un umbral y, sin que nos demos cuenta, el espíritu lo ha atravesado. Y pareciera que ahora no quiere volver nunca más al mundo habitual, ahora vive en uno nuevo donde el dolor le da alojamiento. La atención y el dolor se complementan. Pero también la costumbre tiene un complemento, cuyo umbral atravesamos en el sueño. Porque lo que nos pasa en sueños es un descubrimiento nuevo y singular que parte del seno de la costumbre. Las vivencias cotidianas, los discursos triviales, el sedimento que nos quedó en la vista, el latido de nuestra propia sangre, esto que antes no notábamos, convierte al material, distorsionado y extremadamente nítido, en sueño. No hay asombro en el sueño ni olvido en el dolor porque ambos ya llevan su contrario en sí, así como la cresta y el valle de la ola se funden en los momentos de calma.

WALTER BENJAMIN, Cuadros de un pensamiento. Ed. Imago Mundi, 1992.