miércoles, mayo 17, 2006

POSITIVISMO, DIALÉCTICA Y ANGUSTIA

En la perspectiva positivista, la inteligencia no es más que un afecto entre otros y se funda en la hipótesis de la inteligibilidad. Eso justifica esa psicología de echadores de cartas que puede desarrollarse en los lugares aparentemente más independientes, desde la cumbre de las cátedras universitarias. Inversamente, el afecto no es entonces más que inteligencia oscura.
Escapa a quien recibe esta enseñanza el efecto de oscurantismo que sufre. Sabemos dónde desemboca este efecto: en los proyectos cada vez más intencionales de una tecnocracia, en el examen psicológico de los sujetos que buscan empleos, en la entrada en los marcos de la sociedad existente, con la cabeza gacha bajo el patrón del psicólogo. Digo que el sentido del descubrimiento de Freud está respecto de esto en una oposición radical (...) Cuando se examina la dialéctica hegeliana, se la reduce en el fondo a raíces lógicas, como mostró el propio Hegel, y precisamente al déficit intrínseco de la lógica de la predicación; a saber: lo universal, si se lo examina bien -y esto no escapó al logicismo contemporáneo-, solo se funda en la agregación, mientras que lo particular, único que encuentra allí existencia, aparece como contingente. Toda la dialéctica hegeliana apunta a colmar esta falla y mostrar en una prodigiosa transmutación cómo lo universal puede llegar a particularizarse (...) Sin embargo, sea cual fuere el prestigio de la dialéctica hegeliana (sean cuales fueren sus efectos, que entraron en el mundo vía Marx completando así lo que Hegel significaba, a saber, la subversión de un orden político y social fundado en la Iglesia), sea cual fuere su éxito, sea cual fuere el valor de lo que sostiene en las incidencias políticas de su realización, la dialéctica hegeliana es falsa. La contradicen tanto el testimonio de las ciencias de la naturaleza como el progreso histórico de la ciencia fundamental, a saber, las matemáticas. Como percibió el contemporáneo del sistema de Hegel -que era entonces el Sistema a secas- como proclamó, indicó Kierkegaard, la angustia es el signo o el testimonio de una hiancia existencial (...) y la doctrina freudiana ofrece su esclarecimiento. La estructura de la relación de la angustia con el deseo, la doble hiancia del sujeto con el objeto que cae de él (...) ahí está la falla que no nos permite tratar el deseo en la inmanencia lógica de la mera violencia como dimensión para forzar los atolladeros de la lógica.
Freud nos conduce al corazón de eso en lo que se funda lo que era para él la ilusión. Él lo llamaba, según la modalidad de su época -que es la de una coartada-, la religión (...) yo lo llamo Iglesia. Freud avanza con las luces de la razón sobre ese mismo campo donde, contra la revolución hegeliana, la Iglesia se mantiene intacta y con todo el brillo que le pueden ver.

JACQUES LACAN, De los Nombres del Padre. Ed. Paidós, 2005.