sábado, mayo 06, 2006

IRONÍA

... la salud de Freud hacía frente a la tensión con valentía; se veía sin embargo condenado a la pasividad, que él detestaba. Para pasar el tiempo, mientras aguardaba que los nuevos dueños del poder aprendieran su oficio y pusieran fin a sus tropelías, clasificó y ordenó sus libros, sus antigüedades, sus papeles. Se desembarazó de títulos que no le interesaban, e intentó tirar cartas y documentos, aunque Marie Bonaparte y Anna Freud lograron rescatar algunas para la posteridad, recogiéndolas del cesto de los papeles (...) Incluso halló energía para dedicarse un poco a dar algunos toques a su Moisés y la religión monoteísta. El 6 de mayo, el embajador Wilson informó al secretario de Estado, desde Berlín, que el funcionario de la Gestapo a cargo del caso Freud no veía más que un obstáculo para la partida: el arreglo de las deudas de Freud con su editor. Pero ese único asunto ocupó más tiempo de lo que se esperaba. Tres días más tarde, le escribió a su hijo Ernst que " el vigor juvenil y la energía optimista de Anna, afortunadamente, no se han visto conmovidos. De no ser así, habría sido difícil incluso soportar la vida". Volviendo a una antigua preocupación, añadió un comentario sobre las diferencias entre hombres y mujeres: " En general, las mujeres resisten mejor que los hombres". En ese momento Freud ya había aceptado por completo la idea de emigrar (...) El trabajo, aunque fuera poco trabajo, seguía siendo para Freud la mejor de las defensas contra la desesperación. Su sentido sarcástico del humor, por otra parte, no lo había abandonado por completo. Inmediatamente antes de dejarlo salir, las autoridades insistieron en que firmara una declaración dejando bien claro que no se le había sometido a ningún tipo de malos tratos. Freud lo hizo, añadiendo un comentario: "Puedo darles a todos las más altas recomendaciones de la Gestapo" ("Ich kann die Gestapo jederman auf das beste empfehlen"). Se trata de algo curioso que invita a hacer especulaciones. Freud tuvo la suerte de que los hombres de las SS que leyeron su recomendación no advirtieran la ironía oculta. Nada habría sido más natural que considerar ofensivas sus palabras. ¿Por qué, entonces, en el momento de la liberación, corrió conscientemente ese riesgo mortal? ¿Actuaba algo en Freud que lo empujaba a permanecer, y morir, en Viena? Fuera cual fuere la razón profunda, su "elogio" de la Gestapo fue el último desafío de Freud en suelo austríaco.

PETER GAY, Freud. Una vida de nuestro tiempo. Ed. Paidós, 1989.