viernes, mayo 12, 2006

MITOLOGÍA DEL ESPIONAJE

Durante la Segunda Guerra Mundial desencadenó Goebbels en Alemania una ofensiva de propaganda, bajo el lema: "¡Atención! ¡El enemigo nos escucha!". En todas las paredes y columnas anunciadoras aparecía un negro sobre fondo amarillo. Esta figura es el fantasma del espionaje. Es conjurado con tanta mayor vehemencia cuanto menos realidad posee. En ninguna guerra moderna jugaron el espionaje o la traición de secretos, papel decisivo alguno. Hitler no debió su derrota a cestos de papeles registrados ni a cuartillas escritas con letra invisible. Mata Hari y los correos secretos de OrienteExpress pertenecen al imperio del folletín político. La leyenda tradicional del espionaje asimila gustosamente las ideas fijas del tabú oficial, las populariza y las hace plausibles. En este sentido el espionaje sólo tiene una función mitológica: sirve para conservar el tabú del secreto de Estado en política interior (...) Con la labor que prestan los servicios de información de las grandes potencias, no tiene ya nada que hacer. Esta labor forma parte de la rutina militar corriente, siendo, en cierto modo, una cuarta fuerza. De modo sistemático, se desenvuelve en un ambiente de extrema objetividad. Los adversarios se atienen a ciertas reglas de juego, de suerte que se puede hablar de un concierto con los servicios enemigos, con los cuales, por supuesto, están en constante contacto. Así, por ejemplo, se hacen prisioneros y a la primera y más favorable oportunidad se los intercambia. Faltan rasgos histéricos, cuando no paranoicos. Se trata de una profesión normal, perfectamente acreditada; de ordinario los dirigentes de estos departamentos de Información, de Defensa y de Planificación están firmemente convencidos de que sus mancomunados esfuerzos sirven única y exclusivamente para la consecución de la paz. Los datos de primera mano que se utilizan, proceden casi exclusivamente de dos fuentes: en primer lugar, de la vía de información corriente e interior de una moderna sociedad, la cual no puede ser interceptada sin riesgo mortal para la propia parte interesada, y en segundo lugar, de los datos obtenidos de la observación tecnológica del adversario mediante reconocimiento con aviones y radares (...) A ello corresponde la labor de rutina de los expertos que han reemplazado a los espías con gafas negras: se trata principalmente de matemáticos, estadísticos, teóricos del juego y demás especialistas en la manipulación de datos. En su sistemático trabajo no hay lugar para el concepto del secreto: cada parte sabe no sólo con toda exactitud todo lo referente al enemigo, sino también que dicho conocimiento se basa en la reciprocidad (...) Esta estrategia está en perfecto acuerdo con los teoremas pacifistas extremos; su eficacia se basa en que el secreto es eliminado.

HANS M. ENZENSBERGER, Política y delito. Ed. Anagrama, 1987.