domingo, mayo 28, 2006

CULTURA IMPURA

Si Schoenberg fue capaz de asegurar que con el dodecafonismo garantizaría para el futuro la primacía de la música alemana; si Juan Carlos Paz, a finales de los 50, podía afirmar que la única estética con posibilidad de descendencia era el serialismo, y si, hace treinta años, todavía era posible hablar de lenguajes actuales y lenguajes del pasado, hoy el panorama aparece como mucho más complejo e indefinido. Sin embargo, esto sucede sólo en apariencia. Es cierto que, a primera vista, parece difícil señalar el rumbo futuro y anticipar cuál -si es que es alguna- entre las estéticas en pugna logrará predominar. Pero, a la luz de las fallas de los pronósticos realizados en el pasado, puede inferirse que esta supuesta confusión no es patrimonio de esta época. La cultura, por su propia naturaleza móvil, impura, polifónica, jamás ha tenido -y en este sentido sí puede anticiparse que seguramente nunca lo tendrá- el aspecto de una superficie pulida. La sensación de homogeneidad estética, esa que permite hablar del lenguaje del siglo XV, del barroco o del clasicismo, sólo puede lograrse con el tiempo (también con la ignorancia, pero el método no es aconsejable). Y, en parte, se podría aventurar, esa imagen homogénea se debe a todos los detalles que con el tiempo se pierden irremediablemente. Hoy pueden leerse con cierta claridad los rasgos comunes del barroco pero, a cambio, es imposible saber con exactitud, por ejemplo, los matices de las discusiones (si es que las había) entre Bach y su hijo Carl Philipp Emanuel, uno de los fundadores del clasicismo. La situación de un oyente de esta época con respecto a la música de este siglo, entonces, es privilegiada. Con los límites dados por el mercado, tiene ni más ni menos que todo el panorama a su disposición. El futuro siempre es desconocido, pero nadie está en mejores condiciones para acercarse al presente que quien vive en el presente.

DIEGO FISCHERMAN, La música del siglo XX. Ed. Paidós, 2002.