lunes, mayo 22, 2006

RIMBAUD

Rimbaud carecía casi totalmente de maña para vivir. Mathilde Verlaine se indignaba cuando rompía adrede los objetos a los que ella tenía apego, y en todas sus provocaciones de juventud, hasta en su modo de vida cotidiana en África y en Arabia. Pedigüeño, no sabía dar las gracias; autoritario, tal vez como su padre el oficial y como la madre, era incapaz de cortesía, por orgullo, independencia, horror de la hipocresía, como ella, se expresaba siempre imperativamente (...) Cada carta a su familia es una petición, breve y seca como una orden de bolsa: "paguen", "envíen", "escriban". La amistad no tuvo ninguna parte en los amores "tigrescos" con Verlaine, sino la dominación pasional. Su gusto común por libros y licores fuertes, por el escándalo y por las "caricias" estaba salpimentado de maldad sádica, y Rimbaud amenazaba a Verlaine con la destrucción (...) se sentía demasiado diferente para confiarse íntimamente a nadie. Pero un amigo no es necesariamente un confidente, es aquel que siempre está cercano, el invariante: todas las relaciones se modifican con el tiempo, sólo los amigos permanecen; son aquellos a los que se ve rara vez y en los que se piensa a menudo con gusto, una relación de identidad. Rimbaud no tuvo alter ego. No escribió nunca una carta de amistad. En Harar, no quiso pensar más que en sí mismo; lo logró. Su único lazo era la familia -lo que quedaba de ella, la madre y una hermana ("sólo las tengo a ustedes"). No recibiendo ni dando ninguna señal de ternura, se dirigía a ellas con esta fórmula extraña, mis "queridos amigos", como si esas dos mujeres lejanas, por la ausencia de afecto, compensaran la amistad vacante. Rimbaud no habló nunca de su joven criado Djamí, de unos 20 años más o menos y que fue devoto suyo durante varios años -pero fue a Djamí a quien llamó durante su agonía. Djamí, cuyo nombre resuena como por magia con la palabra ami (amigo), fue sin duda el único ser del que Rimbaud recibió señales de fidelidad y de afecto (...) La idea de felicidad conyugal, como el pesar por no haber obtenido el bachillerato, o el proyecto de enriquecimiento -ese regreso a los valores llamados "burgueses" (simplemente lógico a partir del momento en que el vidente renuncia a reinventar el amor) contradice las ambiciones del poeta rebelde. Sin duda renegó incluso de la homosexualidad, concebida antaño como un gesto de carácter iniciático, un aspecto del "razonado desarreglo de todos los sentimientos" (...) Rimbaud pide siempre "lo imposible". Todos sus proyectos revelan un deseo desesperado de conformidad social, un patético esfuerzo de normalidad; y sus fracasos repiten sin cesar a aquel que buscaba para sí una moral ese "Imposible" en él (...) Su verdadera compañera, desde siempre fue la Naturaleza, a la que amaba físicamente ("He sentido un poco su inmenso cuerpo"), a la que animaba, en la que sabía perderse; de la que estuvo prendado, perdidamente; donde encontraba su libertad, su soledad.
Entonces no hablaré y no pensaré en nada:
Pero el amor sin fin subirá por mi alma,
E iré lejos, muy lejos, lo mismo que un bohemio,
Por la Naturaleza
-Lleno de dicha, igual que con una mujer.

Forzosamente solo, ferozmente solo. Si estuvo casado, fue con la estepa o la sabana, como el Dogo con el Adriático.

ALAIN BORER, Rimbaud en Abisinia. Ed. F.C.E, 1991.