sábado, mayo 27, 2006

EL TANGO

Nacido, como el jazz, en los prostíbulos, y en "las casas de confianza", el título de los primitivos tangos alude de un modo transparente a ese origen. El Queco, nombre del quilombo en el lunfardo de los cuarteles y Dame la lata, que remite a la ficha que recibían las loras por cada cliente, se disputan el privilegio de ser el primer tango conocido. Otros títulos iniciales conservan las resonancias procaces de los ambientes prostibularios. El fierrazo, Con qué tropieza que no dentra, El choclo, Dos veces sin sacarla (...) En 1917 Gardel graba Mi noche triste y ahí empieza otra historia. Primer tango con letra, o mejor primera letra con argumento, en los versos de Pascual Contursi se funda una tradición. En ese tango inicial están todos los tangos por venir: el hombre abandonado le habla a la mujer perdida y se queja de su traición. "Percanta que me amuraste": la historia del tango es una variación incesante del primer verso de Mi noche triste. Como en todos los géneros populares, desde el western al cuento folklórico, el tango reitera dos o tres fórmulas básicas. El esquema central es nítido: el hombre que perdió a la mujer mira el mundo con cinismo y desencanto. La traición de la mujer es la condición para que el héroe del tango adquiera esa turbia lucidez que le permite filosofar sobre el pasado, el barrio, la pureza perdida, el sentido de la vida. La desdicha es el fundamento de la filosofía popular. Cambalache sintetiza bien esa visión del mundo sostenida en la pérdida y en el engaño. En un sentido Cambalache de Discépolo, es una versión popular de El aleph. En el cuento de Borges el hombre traicionado, que ha perdido a la mujer, percibe la esencia del mundo concentrada en una visión alucinada. La enumeración caótica y la percepción instantánea del significado del universo enlazan estos dos textos, emparentados, además, por su corrosivo cinismo. Como muchas de las mejores novelas argentinas El aleph tiene ese matiz tanguero: Los siete locos, Rayuela, Adán Buenosayres, Museo de la novela de la Eterna, cuentan, igual que El aleph, la pérdida de una mujer (se llame Elsa, la Maga, Solveig, la Eterna o Beatriz Viterbo) y la correlativa visión desengañada del mundo. El héroe herido en el corazón y hundido en la tristeza de la pérdida puede, por fin, mirar la realidad tal cual es y percibir sus secretos.

RICARDO PIGLIA, La Argentina en pedazos. Ediciones de la Urraca, 1993.